Críticas
Las mantenidas sin sueños, de Vera Fogwill
Mujeres al borde
Suerte de catálogo sobre la feminidad, esta opera prima alterna aciertos y recaidas en sus bruscos cambios de género y de tono
Las mantenidas sin sueños, opera prima de Vera Fogwill y Martín Desalvo, se presenta como una suerte de catálogo de la feminidad y galería de personajes femeninos. Hay una relación entre madre soltera drogona e hija hipermadura, en la que los roles parecen invertidos (con buenos trabajos de Fogwill y la expresiva Lucía Snieg); esa mujer punk, promiscua y disfuncional se debate en un vínculo conflictivo con su propia madre burguesa y tradicional; hay una vecina solitaria que busca compañía; hay una abuela que niega a su nieta; y también una amiga rica en plena crisis matrimonial y personal.
Entre estas mujeres, que se cuidan –y se mantienen- unas a otras, aparecen los temas ancestrales que ocupan al género: embarazo, aborto, nacimiento, puerperio, primera menstruación, dependencia y rechazo materno/filial, crisis profesional, y más. Si la mirada sobre la mujer resulta impiadosa y no deja casi ninguna a salvo, los hombres no salen mejor parados: o no están, o son zombies e irresponsables. Gastón Pauls, en otra de sus actuaciones lamentables, es el padre ausente, abúlico y egocéntrico, mientras que el otro personaje masculino casi no cuenta. Melancólico microcosmos fisurado que apunta a reflejar una decadencia global.
La cuerda que mejor podría sonar en el film sería la de la farsa, pero los directores se niegan a encasillarse en un género y han querido experimentar también otros: el melodrama, la comedia, el monólogo y la escena teatral, el musical –Fogwill, guionista, directora y actriz, no se priva de cantar una canción explicatoria del título con música de Babasónicos-, navegando en el cambio de tono y sin acertar del todo con ninguno de ellos.
Este film comparte con la reciente Chile 672, de Pablo Bardauil y Franco Verdoia, la mirada desesperanzada ante la vida, el sarcasmo, el gusto por el feísmo, la decadencia y el miserabilismo, y la pintura de la sordidez que impera en cada uno de sus ambientes. En suma, un film que busca chocar y movilizar, de todo lo cual hay que rescatar su falta de prejuicio moral o bajada de línea. Sin embargo, una resolución edulcorada (¡pintada de rosa!) y conservadora termina por contradecir lo que parecía perfilarse como una propuesta ética y estética.
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