Festivales

A los 98 años, el portugués Manoel de Oliveira sigue dando cátedra en los festivales

por Manuel Yáñez Murillo, desde Venecia
Cristóvâo Colombo - O Enigma
, el nuevo trabajo como director y actor del incombustible gran maestro (foto), aportó las imágenes más conmovedoras de las últimas tres jornadas de la Mostra, que este sábado concluirá con la entrega de sus premios oficiales. Los asiáticos Takashi Miike y Johnnie To presentaron largometrajes interesantes, pero menores; el catalán José Luis Guerín consiguió méritos parciales con En la ciudad de Sylvia; mientras que defraudaron por completo las películas del israelí Amos Gitaï y del ruso Nikita Mijalkov.
Publicada el 30/11/-0001
Una vez alcanzado el final de la 64ª edición del Festival de Venecia, llega la hora del balance. Y, si al inicio de la Mostra nos preguntábamos qué sector de la programación acabaría imponiendo su criterio y calidad de entre la diversidad de estilos y de generaciones representadas, cabe resolver que no es posible nombrar un vencedor absoluto, sino más bien una suerte de aconsejable equilibrio entre el genio de los grandes veteranos y los jóvenes maestros. Así, las cuatro películas que mejor impresión causaron a este corresponsal fueron los nuevos trabajos de Brian de Palma (Redacted), Eric Rohmer (Les Amours d’Astrée et de Céladon), Wes Anderson (The Darjeeling Limited) y Todd Haynes (I’m Not There). Un cuarteto vencedor que se podría completar con los nombres de Ang Lee (Lust, Caution) y Manoel de Oliveira (Cristóvâo Colombo – O Enigma, presentada fuera de competición).

Y, si bien podría determinarse que el cine norteamericano resultó, en su conjunto, el más interesante, debe reconocerse el valor de las propuestas llegadas de Asia, aún cuando los trabajos presentados en Venecia por dos magníficos cineastas como Johnnie To y Takashi Miike no ofrecen la mejor cara de sus autores. Ahora ya todo resta en manos del jurado de la Mostra, que este año, como parte de la celebración del 75º aniversario del festival, está formado sólo por realizadores y realizadoras, capitaneados por el chino Zhang Yimou.

Centrando la mirada en las últimas jornadas del festival, es fácil llegar a la conclusión de que la Mostra decidió situar sus platos fuertes en el inicio y fase central del festival, dejando para el final trabajos menores de grandes cineastas asiáticos (To y Miike), películas que ponen de manifiesto el poco talento de sus directores (Amos Gitaï y Nikita Mijalkov), la película con la escena más tierna de la Mostra (Oliveira) y un film interesante e imperfecto del realizador español Jose Luis Guerín.

Takashi Miike presentó Sukiyaki Western Django, su primera película en competencia en un gran festival europeo y su particular homenaje al spaguetti western (de hecho, ese puede ser el motivo de su inclusión en la competición, teniendo en cuenta que la retrospectiva de este año del festival está dedicada al western italiano). Hurgando y fabulando en torno a la prehistoria del personaje de Django (protagonista de varias películas de Sergio Corbucci), Miike introduce en su batidora genérica el spaguetti western (un género de por sí impuro) y lo retuerce a base de descerebrados anacronismos (indumentaria kitsch, armamento moderno), incoherencias lingüísticas (los personajes hablan en inglés), referencias multiculturales e intertextuales (de Shakespeare a Seijun Suzuki) y un distanciamiento irónico abismal. Sobre esta estrategia narrativa, Miike despliega, sin vergüenza ni complejos, una narración de venganza que le sirve para trabajar sobre el melodrama y la tragedia, utilizando como elemento catártico una violencia hiperbólica. Set-piece tras set-piece, Miike (con la presencia-cameo de Quentin Tarantino) presenta su perfil más lúdico, aún cuando consigue formular un discurso de raíz nihilista, la marca de fábrica filosófica de su cine. No es uno de los mejores Miike (¿será capaz algún día de superar lo que consiguió con Izo?), pero es completamente disfrutable.

Johnnie To acudió como invitado sorpresa a la competición de Venecia acompañado por Wai Ka Fai, colaborador habitual y co-director de su último film, Mad Detective, en el que el director de Hong Kong se reúne con uno de sus actores fetiche, el gran Lau Ching Wan (Where a Good Man Goes, Running Out of Time). El largometraje es una nueva muestra del talento narrativo de To. En una película en la que el espectador podría perder el hilo de la trama cada cinco minutos (la mayoría de personajes están interpretados por más de un actor), Johnnie consigue hacerlo todo perfectamente compresible, gozoso, armónico. Ching Wan es un excéntrico detective policial con unos métodos nada convencionales. Intuitivo y genial (en la línea del agente Dale Cooper de Twin Peaks), el “detective loco” cae víctima de una suerte de demencia que le permite ver la personalidad interior de las personas. Si un individuo posee varias personalidades, el detective las verá todas formando una suerte de banda mafiosa (como la del inicio de Perros de la calle, de Tarantino). Así, cuando el protagonista se ve enfrentado a un asesino con siete personalidades, el juego se complica peligrosamente. La última sorpresa del film consiste en su apelación sólo secundaria al genero policial, centrando su interés en el drama personal del detective, atormentado por el abandono de su mujer, a la que imagina todavía a su lado (físicamente). Sin ser una de las obras capitales de To (lugar reservado para la saga de Election), la película es un prodigioso juego de perspectivas especulares. Entendida así, no es extraño que la película termine con un claro homenaje a The Lady from Shanghai, de Orson Welles.

En otro orden de interés, no fue ninguna sorpresa encontrar en Disengagement, de Amos Gitaï, un film mediocre. Gitaï (uno de los directores más sobrevalorados del cine actual) es un cineasta didáctico y con enormes ínfulas de poeta de las imágenes. Sin embargo, su cine acaba siendo casi siempre agresivamente moralista y formalmente obtuso. Obsesionado con escarbar en las raíces del conflicto palestino-israelí (aquí se centra en la reciente evacuación de colonos israelíes de Gaza), nunca consigue trascender el retrato del choque violento y sin posibilidad de diálogo entre ambas partes. Se trata de un cine sobre el desconcierto, filmado desde el desconcierto, apelando casi siempre a un personaje ajeno al conflicto que debe servir de intermediario con el espectador (en este caso, una perdida e histriónica Juliette Binoche). Plagada de símbolos, banderas e uniformes (militares, religiosos), Disengagement es una nueva demostración de que la capacidad de meditar a través del cine no es una de las cualidades de Gitaï.

Otro cineasta limitado es el ruso Nikita Mikalkov, que no presentaba un nuevo trabajo desde 1998 (El barbero de Siberia). En 12, presentada en competición, realiza una bochornosa remake de 12 hombre en pugna, de Sydney Lumet. Lo cierto es que ni tan solo vale la pena intentar realizar comparaciones entre la versión original y su imitación. En todo caso, el director ruso toma la discusión de un jurado formado por doce hombres como excusa para vocear las heridas abiertas entre rusos y chechenos, así como el capitalismo feroz en el que se haya sumida Rusia. No hay aquí rastro de sobriedad o coherencia formal. Llena de golpes de efecto y mostrando una atrofiada escritura formal (aún cuando pretende ser académica), la película no sabe si optar por un registro más teatral o por uno más lírico y epatante (con imágenes de niños en medio de un fuego cruzado o de cachorros de perro sosteniendo miembros amputados). Como fantástico epílogo, el Mijalkov actor (que se define en la película como “un artista”) encarna la posibilidad “angelical” de una reconciliación, un giro tan falso y maniqueo como el resto de la película.

Más complicaciones para su análisis presenta la película En la ciudad de Sylvia, del genial José Luis Guerín (En construcción, Tren de Sombras). El film contiene elementos magníficos, como puede ser el elegante trabajo entorno a la duración de los planos, la filtración de gestos que homenajean a cineastas como Yasujiro Ozu o Carl T. Dreyer, el uso del espacio urbano como laberinto narrativo o la capacidad para dotar al texto fílmico de una rica y arborescente estructura llena de fugas. Sin embargo hay algo que no acaba de funcionar en este relato de tintes autobiográficos en el que un hombre observa a las mujeres que pasean por Estrasburgo y cree encontrar a la Sylvia del título. Más allá de su condición de ejercicio en torno al esbozo y al objeto fílmico “en construcción”, existe en la película una incapacidad para penetrar tanto en la narrativa que propone como en los individuos que retrata. Sucede que el misterio no resulta suficiente para sostener la película. La observación cotidiana tiene valor como estructura narrativa y hay momentos en el film en los que la realidad queda registrada brillantemente, como un complejo tejido multicapilar (la memoria, la mirada, la imaginación...), pero llega un momento en el que la colección de imágenes de mujeres que presenta es incapaz de transmitir la fuerza del amor sublime y efímero que suponemos debe estar viviendo el protagonista (claro alter-ego de Guerin). Estamos ante una película interesante, en cuyas virtudes recalan sus propias limitaciones.

Y para terminar, un regalo fantástico: Cristóvâo Colombo – O Enigma, del maestro Manoel de Oliveira que, en diciembre cumplirá 99 años. En este film, que sigue la pista de Manuel Luciano Silva (doctor e historiador obsesionado con descubrir los orígenes de Cristóbal Colón y otros “descubridores portugueses”), encontramos la imagen más conmovedora de todo el festival. Es aquella en la que Oliveira, que interpreta al Luciano ya envejecido, conversa con su mujer (María Isabel de Oliveira, su esposa en la vida real) acerca de la naturaleza del amor que los une. La fragilidad de las palabras, la dulzura con la que se apela a los sacrificios y obstáculos que debe superar el amor, y el cariño que emana de las miradas de Oliveira y esposa, conforma una de las combinaciones de cine y realidad más emocionantes jamás filmadas. El resto del filme(de menor calibre) es una sugerente recopilación de visitas a monumentos que ayudan a perfilar la historia de los grandes descubrimientos de la vieja Europa y su pasado imperial. Podríamos hablar de una suerte de variación de Un filme falado ampliado a escala trasatlántica. Como siempre en el director portugués, su "cine de la palabra" guarda imágenes de una poética inolvidable, rol que aquí cumplen unas sublimes perspectivas oceánicas en las que reverbera la historia de las civilizaciones y, como no, tratándose de Oliveira, la historia del cine.

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