Críticas
Cine argentino en salas
Crítica de “El príncipe de Nanawa” y entrevista en video a la directora Clarisa Navas
La directora correntina de Hoy partido a las 3 (2017) y Las Mil y Una (2020) obtuvo el Grand Prix, máxima distinción de la Competencia Internacional de Visions du Réel, prestigioso festival especializado en cine de no ficción con sede en Nyon, Suiza, con el retrato íntimo y visceral de un niño, luego adolescente y finalmente adulto rodado a lo largo de una década.
El príncipe de Nanawa / The Prince of Nanawa (Argentina, Paraguay, Colombia, Alemania/2025). Dirección: Clarisa Navas. Imagen: Lucas Olivares y Clarisa Navas. Edición: Florencia Gomez García. Sonido: Mercedes Gaviria. Producción Eugenia Campos Guevara (Gentil Cine) y Clarisa Navas. Coproductores: Sofía Paoli Thorne (Tekoha), Jerónimo Atehortua (Invasión Cine), Gudula Meinzolt y Paulo De Carvalho (Autentika Films). Duración 212 minutos. En el MALBA (Av. Figueroa Alcorta 3415) los domingos de agosto, a las 20. En el Cineclub Municipal Hugo del Carril de la Ciudad de Córdoba, a partir del 28 de agosto.
Que Clarisa Navas (Hoy partido a las 3 y Las Mil y Una) es capaz de manejarse con ductilidad en los entresijos de (y los muchas veces imprecisos límites entre) la ficción y el documental, sumergiéndose en la intimidad de sus criaturas pero también dándole un lugar fundamental al contexto socioeconómico y geográfico, es algo que ya sabíamos a partir de sus anteriores trabajos, pero la directora alcanza nuevas dimensiones en la monumental (en muchos sentidos) El príncipe de Nanawa.
De casualidad (como suelen comenzar las grandes historias), Navas conoció en 2015 en Nanawa, localidad paraguaya que se ubica frente a Clorinda, a Angel Omar Stegmayer Caballero, un pibe de por entonces 9 años; y se fascinó por su particular inteligencia, sensibilidad, expresividad, pero también por sus contradicciones y las duras condiciones de una típica ciudad fronteriza donde conviven el contrabando hormiga con la violencia y, en este caso, con calamidades particulares (inundaciones) o globales (pandemia de COVID).
Pero no estamos frente a un retrato frío, distante y convencional. Navas se mete de lleno en la vida de Angel al punto que se convierte en su mejor amiga, su principal confidente, testigo y compañera de muchas de sus aventuras. Y así como él le “presta” su vida para ser contada; ella le cede en muchos casos la cámara (o un celular) para que él filme parte de la película, en la que hasta cierto punto también tiene una importancia no menor su amigo Lucas.
El equipo del film con el Grand Prix en Visions du Réel.
Ficción, autoficción y no ficción, ensayo intelectual y hasta ético y moral sobre lo que significa hacer cine en estas circunstancias (Navas se pregunta y discute varias veces con su equipo si lo que está filmando sobre un menor de edad es sincero, digno o manipulatorio), exponiéndolo pero también exponiéndose muchísimo en el proceso.
Son las imágenes -a veces incluso desprolijas, viscerales- las que van contestando esos y otros interrogantes y dejando en claro la nobleza y las buenas intenciones de este retrato humano construido durante 10 años que es a la vez un ensayo sobre la identidad y la desculturización. En ese sentido, con las claras diferencias de tono, estilo, tiempo y lugar, El príncipe de Nanawa remite a Boyhood, momentos de una vida (2014), de Richard Linklater, porque aquí también vemos a Angel transformarse en pantalla de niño en adolescente y luego ingresando de lleno en la adultez (no conviene adelantar demasiado pero la muy tardía aparición de un medio hermano, los primeros amores y el tema de la paternidad cambian su y nuestra perspectiva de la vida).
Bella y desgarradora a la vez, cautivante y por momentos conmovedora, El príncipe de Nanawa se adivina también una experiencia artística y humana compleja y en ciertos pasajes tortuosa (Navas incluye algunos mensajes con un Angel que está enojado con ella y con la idea de la película), pero que resulta en una exploración de una década resumida en 212 minutos de pura verdad, humanismo, amistad y colaboración. Empezamos viendo a un niño riendo, cantando, bailando y terminamos viendo a un joven asumiendo las responsabilidades de la vida adulta. Pocas veces el cine logró una cercanía, una alquimia, para conseguir un relato apasionante y extraordinario allí donde parece que solo hay existencias grises y degradación social.
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