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Crítica de “Las Vegas” + Entrevista al director Juan Villegas (Película de Apertura) - #BAFICI

Por Diego Batlle
Desde que en 2001 estrenó Sábado, otra comedia aunque con un humor más asordinado que encabezaron Daniel Hendler y Gastón Pauls, Villegas presentó en el festival porteño todos sus cortos y largometrajes como director (Una tarde feliz, Los suicidas, Ocio, Victoria, Adán Buenosayres, Hugo) y varios otros en los que ofició de productor. Este año tuvo el privilegio de abrir la 20ª edición con esta melancólica y sensible película de enredos familiares ambientada en Villa Gesell. El film encabezado por Pilar Gamboa, Santiago Gobernori, Valentín Oliva (Wos), Camila Fabbri y Valeria Santa tendrá su estreno comercial el próximo 17 de mayo.

Publicada el 11/04/2018


Crítica de Las Vegas, de Juan Villegas (Argentina, 75')

Las Vegas
es una comedia de enredos y (re)encuentros azarosos ambientada en Villa Gesell durante un fin de año. Hacia ese balneario viajan, cada uno por su lado, Laura (Pilar Gamboa) y Martín (Santiago Gobernori), quienes están separados, pero que cuando eran adolescentes se conocieron y engendraron allí a su hijo Pablo (Oliva).

Laura y Pablo, con todas las rispideces propias de una madre de 36 años y un muchacho de 18, se instalan en uno de los departamentos del edificio que da título a la película y, al poco tiempo, descubren que Martín está también en el lugar acompañado por Candela (Valeria Santa), su muy joven novia colombiana. El quinteto protagónico se completa con Cecilia (Camila Fabbri), una atractiva guardavida algo más grande que Pablo, que se convertirá en su objeto del deseo. Todo servido para una exploración -hilarante en un principio, emotiva después y nostálgica siempre- sobre las crisis de parejas, las diferencias (y algunas coincidencias) generacionales, las relaciones entre padres e hijos y el despertar sexual.

El film arranca con explosiones de humor absurdo (sobre todo cuando madre e hijo quedan varados cerca de Villa Gesell por desperfectos mecánicos en el micro que los lleva) que recuerdan al cine de Martín Rejtman y al Paul Thomas Anderson de Embriagado de amor. Sin embargo, poco a poco la película va frenando ese vértigo inicial para concentrarse en las relaciones entre los distintos personajes. Sin dejar nunca de lado el humor, pero también evitando el golpe bajo sensiblero, Villegas posa su cámara para explorar los traumas, las miserias personales y las cuentas pendientes entre padre e hijo y madre e hijo, mientras elabora las posibilidades propias de la comedia romántica de “rematrimonio”.

Para destacar, entre muchos otros hallazgos, la ductilidad de un elenco en el que “conviven” con fluidez la faceta más histriónica de Gamboa con la contención (mezcla de timidez, vergüenza y culpa) de los personajes masculinos de Gobernori y un convincente Oliva, revelación actoral de la película.

La dinámica propia de un balneario, la época de fin de año, las referencias musicales (Joy Division, Pixies), el ritmo y la dicción de los diálogos... Todo tiene su razón de ser en esta pequeña, melancólica y querible película donde el espíritu lúdico, su narración diáfana y cristalina, y la mirada humanista (y optimista) arrasa con cualquier signo de ironía canchera o cinismo. Un bienvenido regreso al clasicismo.





Entrevista a Juan Villegas

-¿Cómo surgió la idea de volver a la ficción (y más precisamente a la comedia) con Las Vegas?

-No lo evalúo como un regreso a la ficción. Me gusta filmar, hacer películas. Algunas se me aparecen como ficciones, otras como documentales, pero las siento como parte de un mismo recorrido. Donde más se manifiesta una diferencia es en la producción. Un largometraje de ficción requiere, generalmente, no solo un mayor presupuesto sino también una estructura de rodaje más convencional. Y a eso, confieso, le venía huyendo, al menos en mi trabajo como director, ya que como productor estuve trabajando en muchos largometrajes de ficción. Me sentía más cómodo, como director, en formatos chicos, en documentales hechos de una forma casi artesanal. Incluso Ocio, mi último largo de ficción, tuvo una estructura de producción mínima, más afín al documental. Podría decir que mi último largometraje de ficción "tradicional" como director fue Los suicidas. Y de eso pasaron ya 13 años, mucho tiempo. En ese sentido, Las Vegas representaba para mí un gran desafío. Y la experiencia fue sensacional. Creo que logramos un equilibrio muy difícil de alcanzar entre lo que es un rodaje artesanal y una producción industrial. Para simplificar, podría decir que tomamos lo bueno de cada uno de los dos modelos y dejamos a un lado lo malo. Mi experiencia adquirida en rodajes con equipos chicos y estrategias de producción para presupuestos bajos (especialmente documentales) se fusionó con mecanismos propios del cine industrial. Y ahí tengo que remarcar la asociación que hicimos desde nuestra productora, Tresmilmundos Cine, con Cepa Audiovisual, que me aportó profesionalismo sin quitarme libertad.

En cuanto a la comedia, yo sentía que era una cuenta pendiente como cineasta. Sábado, mi ópera prima, tenía elementos de comedia (o de humor, para ser más preciso) pero terminaba prevaleciendo la oscuridad, el retrato de una angustia. Las Vegas es una comedia que no tiene ningún miedo de serlo, que se hace cargo de la gran tradición del género, pero al mismo tiempo se anima a ser personal. Para hacer una comedia hay que dejar fuera todo indicio de cinismo y cálculo. La comedia es un ejercicio de libertad, es un género que se abre todo el tiempo a infinitas posibilidades. Y al mismo tiempo requiere un mecanismo de precisión. Que una situación sea graciosa, a veces, es cuestión de décimas de segundos. Una réplica que llega antes o después, un plano que dura un poco más o un poco menos, cualquier cosa pequeña y muy precisa puede atentar contra la comedia. Bueno, todo eso me interesaba de la comedia. Además, yo creo que es el género perfecto para reflexionar acerca de la idea de felicidad, un tema que es ma parece crucial.




-La película tiene un espíritu de comedia de enredos y una apuesta por un humor bastante absurdo en su primera mitad (me hizo recordar por momentos a Embriagado de amor, de Paul Thomas Anderson), pero en la segunda parte va ganando entidad una mirada más sensible y nostálgica ligada a las relaciones afectivas entre los personajes ¿Esa fue siempre la idea original?

-Me sorprende que te refieras a Embriagado de amor. Es una película que me gusta mucho, pero que nunca pensé como referente estilístico. Yo siento que Las Vegas tiene una relación más directa con cierta tradición del realismo, que no veo en el cine de Paul Thomas Anderson. Mi película se hace cargo -y lo enfatiza desde la puesta en escena- que transcurre en una ciudad específica, Villa Gesell. Eso tiñe a toda la narración de un efecto de realismo particular. Al menos eso fue mi intención.

Pero sí coincido en que los últimos 30 minutos tienen un tono más emocional. Eso fue buscado. De todos modos, no es que la película se vuelva oscura o sombría. La mirada sobre los personajes, y sobre las relaciones entre ellos, sigue siendo luminosa y optimista. Me encantaría que los espectadores se rían mucho y se emocionen mucho. Y, si es posible, que las dos cosas sucedan al mismo tiempo.


-¿Por qué crees que hay tanta fascinación del cine argentino por los balnearios y cuál es tu relación personal con Villa Gesell?

-Hay una fascinación por los balnearios, pero generalmente se recurre a ellos fuera de temporada. Y terminan simbolizando desolación, melancolía, abandono. Yo quería, en cambio, hacer una película que transcurra en la playa y en verano. Y ahí hay un elemento autobiográfico que juega fuerte. Yo pasé largos veranos en mi infancia y adolescencia en Villa Gesell. El vínculo que tengo con la ciudad es muy intenso y afectivo. Siempre quise filmar una película en Villa Gesell. Tardé mucho, tal vez porque sentía una responsabilidad mayor. Una responsabilidad con mi propia historia y con todos los recuerdos que siguen viviendo en mí. Hace poco recordé que una primerísima versión de Sábado transcurría en Gesell. Por suerte, desistí y la terminé filmando en Buenos Aires. Creo que no estaba preparado todavía.

Y hay algo más. Esos veranos los pasé en el edificio Las Vegas, el mismo que se convirtió en escenario principal y que le da el título a la película. Tal vez por eso el rodaje fue tan placentero. Era como filmar en el patio de mi casa, pero al mismo tiempo cumplir un sueño largamente postergado.




-¿Cómo fue la elección del elenco? Una de las sorpresas es alguien muy popular en el universo juvenil del free-style pero sin experiencia en el cine como Valentín “Wos” Oliva...

-Hubo otros actores y actrices pensados para los roles de Martín y Laura, los padres en la ficción. Finalmente, por cuestiones de agenda, no pudo darse. Enseguida, me surgió la idea de convocar a Pilar Gamboa. Me gusta todo lo que ella ha hecho y confiaba en su talento para la comedia. Y trabajando con ella descubrí que es una persona muy generosa, que está muy pendiente del lugar del otro, sea un técnico, otro actor o yo como director. Y eso es fundamental en un trabajo en equipo como es el cine. En el caso de Santiago Gobernori, tengo que agradecer a Mariano Llinás. Una mañana, en una conversación casual, me sugirió su nombre. Me lo dijo con tanta convicción que terminé haciéndole caso. Y fue muy bueno trabajar con él y conocerlo. Es un actor con una ductilidad increíble. Y tiene eso que a mí me gusta mucho: maneja distintas herramientas de actuación, muchas de ellas sofisticadas, pero no deja que se hagan evidentes en la pantalla. Lo que importa es el resultado, el personaje que crea. Con Camila Fabbri tuve una intuición desde el primer momento. La conocía solamente de su trabajo en Dos disparos, pero con eso me alcanzaba para saber que era la Cecilia perfecta. Con ella me pasó algo muy curioso. Casi nunca tuve que decirle nada. A veces me daba hasta culpa porque sentía que ella podía pensar que no tenía nada que decirle. Pero es que siempre estaba ajustada a lo que pedía la escena. No le sobraba ni le faltaba nada. Para el personaje de Candela hicimos una búsqueda distinta. Queríamos que fuese una actriz colombiana. Entrevistamos a varias, con residencia en Buenos Aires, y terminé eligiendo a Valeria Santa. Sentí que entendió enseguida el tono que estaba buscando. Su personaje está en función de los protagonistas, pero es fundamental porque sostiene el conflicto desde su lugar de oposición, de impedimento para que la relación entre Martín y Laura avance. Y eso lo hizo muy bien. Y en el caso del personaje de Pablo, la búsqueda fue la más difícil. Y, si en el caso de Santiago, el camino lo abrió Llinás, en este caso fue Paula Grinszpan (actriz de Relatos salvajes, Zama y Masterplan), con quien me había juntado para otro proyecto. Cuando le conté que estaba todavía buscando un actor para este personaje, me habló de Valentín Oliva. Había sido alumno de ella unos años atrás y me decía que tenía mucho talento. O sea, que mi llegada a Valentín fue por su carrera de actor, no por su actividad como héroe nacional del freestyle, de la que me fui enterando después. Él estudia teatro desde hace muchos años y quiere ser actor. Su falta de experiencia en el cine no me preocupaba. Todo este trabajo lo hicimos en conjunto con María Laura Berch. Hace mucho que la conozco. Trabajó en todas las películas de Celina Murga, desde Una semana solos, en las que fui productor. Y nos debíamos también esto de trabajar juntos como realizador y directora de casting, respectivamente. Más que la búsqueda en sí, lo que fue fundamental es tener una fuente de consulta permanente, un interlocutor que sabe muy bien lo que estoy buscando. Por ejemplo, cuando le hicimos el casting a Valentín, había algo que no funcionaba. Al ser una prueba, yo sentía que no me correspondía dirigirlo, que podía resultar algo violento darle una marcación concreta. Pero ella se dio cuenta de que él estaba buscando precisamente eso: una marcación más precisa. Y me pidió permiso para hacerle una indicación muy puntual y sencilla. Valentín la tomó rápidamente y en segundos apareció el personaje.


-Sábado, Los suicidas, Ocio, Adán Buenosayres, Victoria... Tu cine siempre estuvo ligado al BAFICI y este año te ofrecieron la apertura oficial ¿Cuáles son las sensaciones íntimas?

-Yo siempre elegí al BAFICI. No solo con estas películas, sino con cortos (Una tarde feliz, Hugo) y con otras películas en las que participé como productor: Una semana solos, Escuela Normal, Miss, Villegas. Y por suerte siempre el BAFICI también me eligió a mí. Hay una fidelidad mutua en esta larga historia. En ese sentido, que Las Vegas sea la película de apertura lo siento como un reconocimiento a esa fidelidad. Me llena de orgullo y también de ansiedad. Son días muy intensos los que estoy viviendo. Creo que desde la presentación de Sábado que no vivía tanta adrenalina por la participación de una película mía en el BAFICI. Pero ahora es todavía más fuerte, porque con Sábado era bastante inconsciente de todo lo que implicaba.




-La comedia no suele estar presente en los ámbitos principales de los festivales. ¿Sentís que esos pruritos o prejuicios se van perdiendo de a poco?

-Evidentemente hay todavía cierto desprecio por las comedias en muchos festivales, sobre todo los europeos. Pero lo más preocupante es que se da sobre todo con las comedias de cinematografías periféricas y, más específicamente, con las latinoamericanas. Como si no se aceptara que las películas de este lado del mundo puedan contar historias con humor, ser amables y felices. Pero me pregunto si no será también responsabilidad de nosotros, los directores latinoamericanos. Son pocos los que se animan a la comedia sin prejuicios, sin sentir que están ejerciendo un oficio menor, sin darse cuenta que una comedia puede ofrecer una mirada personal sobre el mundo.


-¿Cómo ves la situación a nivel de producción y de exhibición para una comedia sin figuras (Pilar Gamboa es una gran actriz, pero no una estrella taquillera) como Las Vegas en particular y para todo ese cine intermedio, o “de autor industrial”, en general?

-Yo vengo sintiendo que hubo un momento (podríamos marcar 2014 como año de quiebre, pero se trata de un proceso que lleva mucho tiempo y es paulatino) en el que hacer películas de autor con un formato de producción industrial se volvió inviable. Películas como La tercera orilla o Dos disparos, para dar dos ejemplos de 2014, hoy no se podrían hacer tal como fueron realizadas. Requieren 6 o 7 semanas de rodaje, equipos de filmación no muy reducidos, muchas locaciones, una posproducción muy detallada, entre otras muchas cosas que implican costos altos en relación a las expectativas de recuperación económica. La distribución internacional está limitada para ese tipo de películas y el mercado local no tiene mucho para ofrecer. Frente a este panorama, al afrontar la producción de una película como Las Vegas, uno se plantea distintas alternativas: a) convertirla en un producto con mayor potencial comercial (a través del elenco, el guión, las formas narrativas), b) no filmarla, c) hacerla más barata y mantener así la independencia artística. Optamos por esta última, pero cuidando que cada decisión que implicaba bajar costos no significara una concesión estética. Al contrario, muchas de las decisiones que implicaban una reducción de presupuesto (equipo más reducido, pocos días de rodaje, locaciones reales y propias, puestas de luces pequeñas, etc.) ayudaron a que la película adquiera la personalidad estética que tiene.

Ahora, frente a la inminencia del estreno comercial (17 de mayo), queremos que la película sea vista por la mayor cantidad de gente posible, pero no necesitamos 100.000 espectadores para encontrar nuestro punto de equilibrio.

Nuestra actividad es muy dinámica, por naturaleza. Uno no puede plantearse estrategias universales, porque cada película es distinta. Como dijo alguien, el cine es una industria sin prototipos. Cada película es distinta a otra y la experiencia previa haciendo algo parecido puede servir como referencia, pero solo mínimamente. Cada película presenta desafíos distintos. Además, nuestra generación ha vivido, en la Argentina, desde que arrancamos a fines de los '90, una cantidad de vaivenes económicos que nos han entrenado para saber adaptarnos a los cambios. Y a todo esto hay que sumarle la dinámica implícita en los cambios tecnológicos, que impactan en el registro de las imágenes, en los procesos de posproducción, pero sobre todo en las formas de exhibición. A mí me gusta la metáfora del surfista: alguien que no se queja por el tamaño y la fuerza de la ola sino que la espera y se adapta a lo que viene, precisamente para mantenerse en pie. Un cineasta debe ser como un surfista: alguien que no le tiene miedo a los cambios, sino que de ellos saca sus fuerzas y su capacidad de supervivencia.




COMENTARIOS

  • 24/05/2018 20:13

    Un desperdicio de los actores y de la locación. Qué crítica condescendiente...

  • 16/04/2018 14:01

    VIENDO LAS VEGAS ME PREGUNTE ¿QUE DIFERENCIA HAY ENTRE ESTA PELICULA Y UN CAPITULO DE LAS COMEDIAS DE TV DE SUAR? Y LA RESPUESTA ES : NINGUNA. LA PELICULA DE VILLEGAS TRANSITA UNA HISTORIA TRILLADA HASTA EL HARTAZGO, OBVIA COMO POCAS, PERSONAJES ESTEREOTIPADOS, EXAGERADOS, PELICULA SIN VUELO, NO APORTA NADA AL CINE NACIONAL, PARA VERLA UN DOMINGO POR TV.

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