Festivales
Suleiman y un (auto)retrato de familia
El director de Intervención divina sigue analizando la cuestión palestina en The Time That Remains -presentada en la competencia oficial- pero en esta oportunidad desde una perspectiva más íntima y autobiográfica.
Con toda su excelencia, no depara sorpresas el último film de Elia Suleiman. En este otro buen título de la Competencia Internacional vuelve sobre el tema de su anterior Intervención divina: la cuestión palestina. Y repite también aquel estilo narrativo: la película se estructura con viñetas que se suceden en distinto momentos de la historia de su familia, que es equivalente a la historia de su país desde la creación del Estado de Israel, en 1948. Como bien reza el catálogo del Festival de Mar del Plata, es difícil concebir que se pueda tomar con humor el conflicto entre esos países. Con humor negro, claro.
Cuando retorna al hogar materno, el propio Suleiman (ante las cámaras y con su propio nombre) evoca el momento en que, al crearse el Estado judío, la nación palestina perdió sus territorios, sus pertenencias y se quebraron sus lazos familiares, dado que muchos emigraron a países vecinos como Jordania y al resto del mundo. Su padre, que en esos momentos era un miembro de la resistencia, va perdiendo ese ímpetu y se resigna con pesar a la situación de sometimiento y colonización, en una actitud que tal vez no sea tan pasiva como lo aparenta. La madre se dedicará a mantener el contacto epistolar con los parientes emigrados. El hijo va creciendo en ese ambiente que Suleiman filma con cariño, sin perder por ello su humor corrosivo.
En ocasión del estreno de Intervención divina, ya habíamos comparado a Suleiman con Jacques Tati –también lo hace el catálogo- por su estilo desapasionado, su cámara alejada, sus planos generales. The Time That Remains se acerca más a otro discípulo de Tati: Otar Iosseliani, por su humor seco y filoso, el grotesco de ciertas situaciones, las escenas corales, el distanciamiento emocional o el grado cero de la actuación, que parecen máscaras, empezando por el mismo Suleiman.
Si en su film anterior el realizador había retratado el tema en un orden más macro, o del drama del pueblo palestino que permanece en los territorios ocupados –-os controles de las rutas, las vivencias de la resistencia activa, el carisma vigente de Arafat- aquí se detiene en un retrato más íntimo y privado de esos habitantes, en sus gestos cotidianos, en sus humillaciones, pintados con una melancolía que también habla de cierta resignación ante un estado de cosas que ya parece irreversible.
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