Festivales
Todas las críticas de la Competencia Latinoamericana (14 películas) - #MDQFEST
Una muy buena selección de lo mejor del cine de la región de los últimos meses.
-Cocote, de Nelson Carlo de los Santos Arias (República Dominicana-Argentina-Alemania-Qatar, 106') ★★★★½
Signs of Life era hasta hace poco una sección medio perdida dentro de la programación del Festival de Locarno. Sin embargo, de allí surgieron varios de los mejores films de los últimos años. Desde esta edición, cambió de sala (de la lejana PalaVideo pasó a la céntrica Kursaal) y por primera vez es competitiva, con un jurado prestigioso y premios en dinero y en ayudas. La película encargada de abrir la flamante competencia fue Cocote, segundo largometraje del dominicano (formado en la FUC) Nelson Carlo de los Santos Arias tras Santa Teresa y otras historias. Y terminó ganando el premio principal de esa sección.
Coproducida con Alemania, Qatar y Argentina (uno de los productores es Lukas Valenta Rinner), Cocote demuestra no solo el talento impar -parte intuitivo, parte cerebral- para la puesta en escena del director sino también la posibilidad de acercarse a los temas del cine latinoamericano (religión, violencia, diferencias de clase) sin caer en estereotipos, subrayados ni pintorequismos.
Cocote es una película de mixturas: visuales (fílmico y digital, color y blanco y negro, múltiples texturas y formatos), formales (ascéticos planos fijos y coreográficos planos secuencia); sociales (comienza y termina en la piscina y jardines de una casona de clase alta, mientras que el corazón del relato está ambientado en un más que humilde pueblo costero del sur), étnicas (la cultura blanca y la cultura negra) y religiosas (lo católico, lo evangélico y el sincretismo). Con todos esos elementos, contradicciones y matices Nelson Carlo de los Santos Arias construye un film de espíritu tragicómico, que aborda problemáticas extremas (como el ojo por ojo, la violencia armada en manos de civiles a los que ni las fuerzas de seguridad se animan a enfrentar) sin caer en la solemnidad e incluso con sorprendentes dosis de humor negro y absurdo.
La trama principal tiene que ver con el regreso de Alberto (Vicente Santos), jardinero evangelista que trabaja para una familia acomodada de Santo Domingo, al pueblo natal, donde su padre acaba de ser degollado por un influyente y poderoso referente de la zona. Mientras las mujeres de su familia le piden (le exigen) que vengue la muerte de su progenitor se ve forzado a participar de una serie de rituales (de varias horas por día durante 9 jornadas) con rezos, llantos y cánticos al ritmo de los tambores que remiten a la cultura afroamericana.
La película de la sensación por momentos de ser un poco caótica y desprolija, pero con el correr de los 106 minutos, en la acumulación de ceremonias religiosas y la interacción entre los diversos personajes, se va construyendo un universo tan desconocido (para nosotros) como fascinante, envolvente y seductor, incluso cuando la tensión de la venganza esté siempre latente. Si el año pasado el cine boliviano fue la revelación de Locarno con Viejo Calavera, de Kiro Russo (otro director con pasado en la FUC), este parece ser el de la República Dominicana. Anótenla: Cocote recorrerá muchos festivales. DIEGO BATLLE
-El teatro de la desaparición, de Adrián Villar Rojas (Argentina-Corea del Sur, 120') ★★★★✩
Un viaje por distintos lugares del globo, marcados por la mirada del director, en una búsqueda que por momentos recuerda a Homo sapiens, de Nikolas Geyrhalter; y El auge del humano, de Eduardo "Teddy" Williams. A la primera remite en lo que se adivina como una obsesiva búsqueda de locaciones cuyo reflejo en la pantalla posee una potencia cinematográfica innegable. También la ausencia de diálogos, casi de palabras (las que hay no cumplen casi una función narrativa, cuestión que es sin dudas así en los primeros 40 minutos de metraje). Con la segunda la relación podría trazarse por la manera de conectar (sin explicitar el por qué) esos distintos puntos del planeta. Defecto de crítico y de cinéfilo en definitiva, esta manía de buscar parecidos es injusta frente a una obra tan personal. Así, las tres partes de este primer largometraje de este artista rosarino tienen una estética diferente, jugando con la cámara en mano la primera y la tercera, centrándose más en los planos fijos la segunda (más Homo sapiens, en este sentido). La duda que se genera en el espectador es cuánto hay de automatismo o de búsqueda casi surreal del hallazgo y cuánto de construcción o re-construcción por parte del realizador. En definitiva, eso que suele ocurrir con la memoria. FERNANDO E. JUAN LIMA
-Era uma vez Brasilia, de Adirley Queiros (Brasil, 87') ★★★½
A Queirós lo descubrimos con películas como Branco sai, preto fica (2014) y Era uma vez Brasilia continúa algunas de sus búsquedas con una propuesta que combina la ciencia ficción, la sátira política y el trabajo con no-actores muy particulares en la zona de Ceilândia. En este caso, un extraterrestre en problemas tiene como misión llegar a la Tierra para asesinar en 1959 al presidente Juscelino Kubitschek el día de la inauguración de Brasilia. Sin embargo, las cosas no marchan como estaban previstas.
La delirante propuesta es una mezcla de Blade Runner con homenaje al Cinema Novo y del cine clase B con el documental político, ya que se escuchan a cada rato los discursos de Dilma al ser desplazada de la presidencia y de Michel Temer al asumir en su lugar. Aunque llena de pequeños grandes momentos y de un espíritu siempre audaz provocador, Era uma vez Brasília funciona menos que otros trabajos previos de Queirós. Las alegorías y paralelismos resultan un poco obvios y la bronca y la furia ante la situación política brasileña conspiran por momentos contra los valores estrictamente cinematográficos del proyecto. DIEGO BATLLE
-La telenovela errante, de Raúl Ruiz y Valeria Sarmiento (Chile, 80') ★★★★✩
Primero, un poco de historia: en 1990, con el fin de la dictadura pinochetista y en los albores de la recuperada democracia, Raúl Ruiz regreso a su Chile natal y en pocas jornadas desarrolló un taller para actores en cuyo marco se rodaron a toda velocidad varias escenas que pretendían mostrar el estado de las cosas en ese país con una perspectiva y un tono propio del culebrón televisivo. Nadie se acordaba demasiado de aquella experiencia, pero en 2015 un admirador del prolífico director (rodó más de 120 películas, la mayoría durante su exilio en Francia) contó que contaba con un making of de La telenovela errante en HI 8. Luego apareció la fotógrafa Leonora Calderó Hoffmann, quien tenía en su poder más de 300 imágenes del rodaje. La viuda del realizador fallecido en 2011 encontró en su departamento de París el guión y varias notas escritas a máquina por el propio Ruiz. Y en el archivo de la Universidad de Duke descansaban los negativos en 16 mm y otros materiales del film. Demasiadas coincidencias, demasiadas señales del destino como para no rescatar la película. Gracias a un premio del Consejo Nacional de la Cultura, Sarmiento y equipo se pusieron a trabajar este año en la recuperación, edición y posproducción de aquel material.
Divididos en episodios que se presentan con título propio y cada uno ubicado en un día de la semana estos “relatos salvajes” de Ruiz resultan inevitablemente desparejos, pero con varios pasajes hilarantes en la exploración del machismo, en las contradicciones de la izquierda (y de la lucha armada) y hasta con una sesión final de espiritismo.
La película comienza y cierra con unas pocas imágenes del rodaje tomadas por aquel mencionado fan y la primera de las historias regaló los mejores momentos de comedia absurda de todo #Locarno70 con la izquierda y el sexo como ejes. El tono telenovelesco es, claro, ampuloso (Ruiz, de todas maneras, nunca apostó del todo al naturalismo) y las cuestiones de la época (el regreso del exilio, la crisis económica, los grupos terroristas, la Ley de Divorcio, la sociedad escindida, la sensación todavía represiva y un largo etcétera) conforman un collage fascinante y desgarrador escondido tras la pátina del ridículo y el artificio. El habitual tono tragicómico del realizador incluye promediando los 80 minutos la frase “Si te portas mal en la otra vida te conviertes en chileno”, que de alguna manera resume el espíritu provocador de esta película (perdida, maldita y ahora recuperada) y la filmografía toda de un director al que extrañamos cada vez más.
Ruiz fue premiado en Locarno con su ópera prima Tres Tristes Tigres (1968). Sería un cierre perfecto, un acto de justicia que su película póstuma recibiera un galardón en el mismo lugar donde comenzó su carrera internacional. Olivier Assayas, Miguel Gomes y el resto de los jurados tienen la palabra. DIEGO BATLLE
-La familia, de Gustavo Rondón Córdoba (Venezuela-Chile-Noruega, 82')
La película venezolana presentada en la Semana de la Crítica de Cannes es un sólido y elocuente relato de la violencia que atraviesa al país, inundándolo todo. El film es una historia familiar, un relato de la relación padre-hijo, a partir de un hecho violento que tiene sus fuertes consecuencias. Pedro, un niño, en una pelea callejera, mata por accidente a otro chico que pertenece a un barrio rival y más difícil y duro que el suyo. Temiendo una segura venganza, su padre Andrés decide irse del barrio con su hijo y llevárselo lo más lejos posible, escapando de cualquier posible amenaza.
El escape no estará exento de otras situaciones complicadas, peligrosas y violentas pero el eje allí es la relación entre un padre y un hijo que casi por la fuerza retoman una relación que tenía sus problemas y distancias. El realizador Rondón Córdova, en su primer largo, tiene muy claro que no hace falta forzar ni la brutalidad de la situación que viven (es evidente, se siente sin necesidad de ser demasiado gráficos) ni empalagarse con esa otra posible película sobre una familia que se recompone a partir de una tragedia porque no pasa solo por ahí el eje del film.
Esta familia emparchada recorre circunstancias duras y La familia es, a la vez, un retrato de esa relación y de la dificultad de conformar una sociedad que se piense a sí misma como tal. Allí manda una suerte de espíritu de tribu, donde la violencia se aplica al que aparece más debil, menos masculino o sin tantas conexiones como otros. La dupla padre e hijo puede hacer recordar a los de Ladrones de bicicletas, de Vittorio de Sica, pero la principal conexión es con el cine reciente de América Latina que trata de reflejar la violencia urbana. Y Rondón logra, con lo justo, escapar del cliché de exportación para festivales para crear algo que se siente sincero, honesto y vital. DIEGO LERER
-Rey, de Niles Atallah (Chile-Francia-Holanda-Alemania-Qatar, 90’) ★★★★½
Siete años ha tardado el chileno Niles Atallah en terminar su singular biopic sobre Orélie-Antoine de Tounens, el abogado y explorador francés que dedicó toda su vida a encontrar el reino de Araucania, situado entre la Patagonia y Chile. Según cuenta la leyenda, De Tounens no sólo se convirtió en el primer hombre que medió pacíficamente con el indomable pueblo mapuche; también fue elegido su rey siguiendo la voluntad de los indígenas. Narrada en cinco episodios que arrancan con el cautiverio del francés en manos del ejército chileno, Rey pone en escena una recreación antihistórica de dicha coronación indocumentada científicamente.
Poco se conoce sobre la vida de Orélie-Antoine de Tounens. Su biografía es un encadenamiento de incógnitas sin resolver. Sin embargo, el director de Lucía no le tiene miedo a dicha falta de información. Ese vacío referencial es precisamente el punto de partida que da rienda suelta a su alocado cuento de hadas. Atallah rellena los agujeros de la historia del explorador insertando sueños, delirios y obsesiones que pudo haber tenido el Rey de Araucania. Esas secuencias han sido concebidas con un único fin: que el espectador logre desprenderse de su punto de vista científico para afrontar la leyenda de De Tounens. Así, Atallah se dispone a devolver el relato al lugar que le corresponde. Es decir, al reino del mito, y no al de la Historia.
La magia de Rey se halla en esa perfecta combinación entre las escenas posiblemente reales –que ilustran un viaje a Araucania a través de los códigos del western– con momentos de surrealismo extremo: desde segmentos filmados en animación stop motion, secuencias donde los personajes se disfrazan con máscaras de animales de papel maché, o breves fragmentos de temática animal o paisajística que fueron filmados en 16mm, 35mm y Súper 8. Ganadora del Premio Especial del Jurado en Rotterdam 2017. CARLOTA MOSEGUÍ
-Baronesa, de Juliana Antunes (Brasil. 2017. 73’)
La realizadora de Belo Horizonte, de 27 años, debuta con este documental que viene de ganar el premio a la mejor película en el Festival de Tiradentes y se vio aquí como filme de clausura, un espacio en el que algunos festivales suelen usar para dar material no demasiado importante pero que aquí se utilizó, y muy bien, para exhibir una película quee ya traía buenos pergaminos y que los convalidó con la fuerza de una sutil pero poderosa aplanadora.
“Baronesa” es el nombre de una favela a la que la protagonista del filme desea mudarse, uno que aparentemente es más tranquilo y menos violento que el que vive. Lo que Antunes nos muestra es la vida cotidiana de esta mujer, su mujer amiga, los hijos de ésta y un amigo (ex pareja) de la favela. El recorte es bastante extremo. Más allá de algún que otro personaje que aparece casualmente, el contexto –el resto de la villa, la ciudad– está fuera de campo. No hace falta verlo. Esos pocos metros cuadrados en los que los protagonistas parecen moverse contienen un mundo. Su mundo.
Si bien hay ciertos momentos que parecen “dramatizados/manipulados”, la película jamás pierde su lógica, su recorrido, su verdad. Es un filme íntimo, honesto, que se acerca a sus protagonistas de una manera relativamente similar a la que lo hacía Pedro Costa en sus primeras películas basadas en Fontainhas: es una directora que pasa un tiempo en las favelas con un grupo de mujeres, cnvive con ellas, se integra, filma sus vidas cotidianas y los difíciles y perturbadores momentos que pasaron y que, a lo largo del filme, pasarán. Pero a diferencia de los filmes del portugués (y esto acaso hable de las diferencias culturales entre ambos países), los personajes de Baronesa, pese a que tienen motivos más que suficientes para vivir en la más lúgubre tristeza y oscuridad, se dan el tiempo para reírse, bailar, cantar y enfrentar su vida en lo que parece ser una trinchera de una batalla (o un campo minado).
Claro que esto no quita la dureza y potencia de la película, que va creciendo con el correr de los minutos, especialmente desde que se desata una guerra entre pandillas en la favela, guerra que casi no vemos (salvo en un breve y shockeante momento, capturado in situ) pero en la que estamos, con los protagonistas, metidos. Son ellos los que no pueden moverse más allá de ciertas zoas y en ciertas horas, él anda con chaleco antibalas y hasta prueba su resistencia, y ellas están atentas a la posibilidad de que esa violencia las cruce en cualquier momento. Violencia a la que no son ajenas –ya lo verán por las historias que cuentan–, y que han aprendido a sobrellevar a la fuerza y con coraje.
Baronesa podría haber sido, en otras manos, una película cruel, exótica, condescendiente o paternalista. Pero Antunes mantiene la cámara en los cuerpos, los rostros y las miradas de los protagonistas, raramente tomándolos en planos generales. Está todo allí, en ese encierro del que desean liberarse, pero que también los constituye, con sus momentos de humor (animales sueltos, baldazos de agua fría para tolerar el calor, juegos familiares) y otros más dramáticos, casi todos ellos felizmente fuera de campo. Sentimos y sufrimos las consecuencias, pero la debutante directora tiene la inteligencia de alejarnos del morbo televisivo, de la explotación.
Siempre el acercamiento de directores de clase media a barrios carenciados genera un potencial choque de posturas y miradas, pero Antunes aquí invisibiliza esa diferencia, la naturaliza. Baronesa es una película que no necesita subrayar el universo ni el contexto en el que estas mujeres sobreviven. Está ahí y basta con verlas y escucharlas para sentir el peso de sus experiencias. Una película imprescindible del cine latinoamericano: política, audaz y honesta como pocas. DIEGO LERER
-Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio (Chile-EE.UU.-Alemania-España, 104')
La línea que une a Una mujer fantástica con Gloria, la anterior película de Sebastián Lelio –que también fue parte de la Competencia internacional de Berlín y que le reportó hace cuatro años el premio a Mejor Actriz a Paulina García– tiene que ver con contar con una protagonista femenina decidida respecto a lo que quiere en su vida y sin pudores ni temores de enfrentarse a la mirada descalificadora, hipócrita o condescendiente de algunos. En el film previo era una mujer que descubría, a una edad en la que ciertos mandatos imponen que las personas deberían “sentar cabeza” y/o “madurar”, tener la vida y la libertad de alguien con 30 años menos. Aquí la situación es similar y, a la vez, un poco más compleja: Marina es una mujer trans que no se amilana ante el desprecio, el rechazo o la falsa comprensión con la que se choca ante una situación inesperada que la descoloca por completo.
Marina está en pareja con Orlando, un hombre que se acerca a los 60 años, divorciado, que ha decidido vivir con ella, mas allá del rechazo y hasta el disimulado disgusto que a su ex mujer, hijos, amigos y/o parientes eso pueda causarle. Parece una historia de amor perfecta: se los ve felices, pasándola bien y a punto de irse a pasar unas vacaciones a las Cataratas del Iguazú. Pero Orlando tiene un aneurisma cerebral mientras duerme, ella lo lleva lo más rápido posible al hospital y el hombre muere allí. A Marina la situación le presenta aristas más que incómodas, especialmente a partir de la mirada de los otros (médicos, policías, familiares de él, etc), quienes tratan, con un tacto un tanto hipócrita, de alejarla del lugar. Ella, si bien entiende esa complejidad y no se lanza a combatirla de entrada, comienza de a poco a sentir que esa “corrección” y “amabilidad” con la que la trataban era solo una pantalla para no generar, en principio, ningún escándalo por “lo delicado de la situación”, como le dicen.
Pero el asunto se torna más denso y hasta violento cuando varios de los personajes empiezan a desenmascararse y a maltratarla: la echan de la casa en la que ambos convivían, se quedan con el perro que tenían, con el auto y ni siquiera le permiten despedirse de Orlando, ni en el velorio ni en el entierro. Y Marina (una excepcional Daniela Vega, una actriz trans que hace unos años vimos en La visita), que durante buena parte del film trata de cuidar las formas para evitar este tipo de maltrato, pierde el miedo y se lanza a defender lo que le corresponde. Algunas cosas concretas, sí, pero principalmente su dignidad y su derecho a despedirse de su ser amado.
Una mujer fantástica no llega a ser un policial si bien hay elementos de la trama que podrían llevar la situación para ese lado. Parte de la investigación de la muerte la pone como sospechosa (Orlando, antes de morir, se cae por una escalera y tiene lastimaduras varias en el cuerpo y la cara), pero nadie quiere escándalos por lo que el asunto no termina de explotar por ese lado. Por momentos coquetea con una zona musical más, si se quiere, “almodovariana”, pero tampoco va del todo hacia allí. El eje más punzante que tiene el film es el tema de las falsas formas de la “corrección política”, de los comportamientos de una clase social alta que sabe que hoy no puede o no debe decir o hacer ciertas cosas –a partir de ciertos cambios culturales–, pero que cuando las máscaras se caen dejan ver su lado más, si se quiere, conservador y tradicional. En algunos casos hasta sacando afuera una violencia reprimida.
Lelio tiene especial cuidado en no transformar a su película en un relato truculento acerca de la violencia de género en el sentido más tradicional del término. Sí, Una mujer fantástica es un film sobre la violencia de género, pero con otros modos y con otro punto de vista. El realizador de Gloria puede pecar a veces de demasiado cauto a la hora de hacer crecer la tensión y la película hasta puede perder alguna fuerza dramática en la ultima parte tal vez por no atreverse a soltar más las amarras de sus contenidos personajes, pero en medio de un cine (especialmente, de un cine latinoamericano) que ha abusado del shock al espectador y de la violencia gráfica, ese “pudor” se agradece. Esa misma violencia, además, se cuela por lugares más sutiles y sinuosos, como una escena en la que Marina debe desnudarse ante la policía.
Seguramente un sector más militante de la comunidad LGBT sentirá que la película no va lo lejos que debería ir a la hora de producir choques culturales mas fuertes entre los protagonistas, de enfrentarlos a su propia hipocresía de una manera más directa, pero la elección de Lelio es otra. Lo que Marina quiere, finalmente, es ser aceptada como una mujer, como viuda, y no necesariamente convertirse en bandera de una causa por más justa que sea. Y hacia allí va la película y Marina, hacia la búsqueda de una aceptación que en los papeles parece estar muy cercana pero a la que todavía –invirtiendo los términos de un viejo slogan publicitario– le falta un largo camino por recorrer… DIEGO LERER
-Mariana, de Christopher Gude (Colombia, 64')
La primera gran secuencia de Mariana –en la que, de noche, las luces de las motos de unos traficantes juegan al action painting sobre la pantalla– pone de manifiesto el fulgor estético del nuevo film del neoyorkino Chris Gude (Mambo Cool). Pero no es hasta un largo plano desde el interior de un coche, donde una carretera bacheada que atraviesa el desierto entre Colombia y Venezuela deviene una metáfora de la turbulenta Historia de Latinoamérica, cuando la película revela el alcance de su reflexión socioeconómica y geopolítica. La mayoría de escenarios en los que transcurre Mariana parecen remotos, perdidos más allá de la civilización; sus personajes parecen habitar una tierra fantasmagórica, un limbo penitente más allá de toda coyuntura; y, sin embargo, la película invoca, una y otra vez, los ecos de una realidad próxima, globalizada. La miseria y la marginación se presentan de manera alusiva como las piezas de un rompecabezas irresoluble.
Un proyecto desarrollado en las cocinas del Riviera LAB, el MRG/WRK del Festival Márgenes y el BAL de Buenos Aires, Mariana generará en el espectador familiarizado con los hitos del cine radical del siglo XXI una placentera sensación de déjà vu: ahí están los largos trayectos motorizados y las miradas a cámara de Apichatpong Weerasethakul, un plano de seguimiento a la Gus Van Sant (reconvertido, por el camino, en una sorprendente toma subjetiva), los planos generales ladeados, el quietismo y los escenarios en ruinas de Pedro Costa… Todo ello condimentado con un fuerte afán poético y una suerte de deconstrucción de las materias primas de la película: tierra, mar, aire y palabra se presentan como mucho mezcladas, nunca agitadas. La sombra del exceso de cálculo planea por esta obra de gran precisión conceptual. Sin embargo, el arrojo de varias de sus propuestas –como cuando se utiliza un discurso de 2006 de Hugo Chávez para meditar sobre las luces revolucionarias y las sombras populistas de la memoria de Latinoamérica– acreditan el valor transgresor de esta película esquiva. MANU YÁÑEZ
-Eugenia, de Martín Boulocq (Bolivia-Brasil, 82')
Esta película en blanco y negro del director de Lo más bonito y mis mejores años es el retrato de una mujer de unos treinta y tantos años que, tras separarse de su marido (al que se sugiere como violento y golpeador), decide recomenzar su vida sin buscar nueva pareja sino experimentando de distintas formas, lo cual incluye debutar como actriz en una película que se filma sobre Tania (la militante-compañera del Che Guevara), empezar a trabajar junto a un amigo gay ocupándose de peluquería y maquilaje, viajar a Europa (o imaginar que viaja a Europa) y otras “novedades” que mejor no revelar aquí.
Con un trabajo muy realista y creíble de la actriz y modelo Andrea Camponovo –quien en la ficción es la hija de una mujer de origen argentino y un ex militante de izquierda ahora vuelto a casar con una mujer tan joven como ella–, la película se organiza de manera episódica, pero nunca pierde el eje de lo que finalmente le interesa: retratar el cambio de vida de Eugenia. Cuando aparece la subtrama del rodaje de la película sobre Tania la trama pierde un poco de fuerza (ni el personaje del director ni los momentos de ficción dentro de la ficción aportan demasiado) pero luego el film vuelve a crecer cuando Eugenia se topa con algunas novedades que seguramente provocarán nuevos cambios en su vida. Pese a sus momentos desparejos, es una valiosa película de Boulocq que muestra zonas no muy exploradas en el cine boliviano. O al menos no en el que circula internacionalmente. DIEGO LERER
-Tormentero, de Rubén Imaz Castro (México-Colombia-República Dominicana, 80')
Un film sobre la traición y una singular forma de conjurarla: el desvarío mental. He aquí un hombre que al descubrir un yacimiento petrolífero perpetró para la comunidad de pescadores a la que pertenecía el fin de su economía básica inmediata. Don Rome es un hombre infame, y en ocasiones no faltará quien se lo recuerde, aunque él, evidentemente, ha erigido un paradójico refugio psíquico. ¿Cómo filmar entonces una experiencia interior sin acudir a la palabra? El desafío consiste en desestimar la psicología y adentrarse en el empirismo de los actos.
Imaz cree que el cine no se juega todas sus cartas en la composición de una imagen. El plano es imagen y también sonido. A la geometría laboriosa de sus encuadres le suma una banda sonora que desestima el equilibrio que transmiten los parajes aparentemente paradisíacos de la isla de Tris, aunque algunas panorámicas en el horizonte del mar con los emplazamientos característicos de la explotación petrolera también sugieren un desarreglo geológico. Si bien Don Rome padece a menudo una cognición fallida y esta se materializa, las capas sonoras del film transmiten mejor el padecimiento del personaje. Si un evento ordinario frente a cámara tiene un sonido impropio, el plano tiende al desconcierto, se quiebra en su unidad.
La presencia del famoso y veterano actor José Carlos Ruiz al lado de la estrella del cine independiente mexicano Gabino Rodríguez es otra buena decisión del cineasta. El primero parece haber sido parte de ese ecosistema desde siempre. El peculiar semblante de Rodríguez es bien aprovechado por Imaz: es Chacho, tal vez Ariel, quizás una versión temprana de Rome; es una presencia indecible. La división de lo real sobrevuela cada acto; imaginar, ver y sentir están sujetos a los sobresaltos del culposo personaje. Discretamente, Tormentero tiene mucho más que ver con el cine de poesía que con la vertiente más transitada del cine de prosa, lo que no significa que reniegue del sentido. Los signos están disponibles para el entendimiento.
Si bien la historia de Tormentero es oscura, Imaz no se aprovecha para estetizar el sufrimiento y elevar la pena de un hombre a tragedia metafísica. Lo sombrío se mantiene a escala humana. ROGER KOZA
-Las olas, de Adrián Biniez (Uruguay-Argentina, 88')
“Fantástico rioplatense”, define el director argentino radicado en Uruguay, cuando se pone filosófico (algo que no sucede muy a menudo) acerca de su obra cinematográfica más reciente, Las olas. Su tercer largometraje marca un nuevo cambio estilístico en su carrera, tras el minimalismo uruguayístico de Gigante y el naturalismo bonaerense de El 5 de Talleres. Acaso con más influencias literarias que en sus films previos, Biniez construye una suerte de relato poderoso y reflexivo en el que repasa una vida entera a partir de situaciones pequeñas y específicas.
La curiosidad de la trama es la siguiente. Cada vez que Alfredo (Alfredo Tort) sale del mar o el río en el que se mete a bañarse en alguna playa de Uruguay aparece en otra vacación y otro tiempo de su vida. Es él mismo, siempre, pero pasa de estar con unos amigos en la adolescencia a lidiar con su situación familiar actual a estar con sus padres en unas vacaciones de niño, y así… Pero no como simple observador que ve todo desde afuera, sino que es él mismo con su cuerpo adulto involucrado en esas situaciones (el esquema queda claro, para los que puedan no entenderlo bien a primera vista, cuando está con sus padres y habla como un niño de no más de 5, 6 años) y atravesando esos momentos en cierto modo formativos pero nunca de manera muy evidente.
Dividida en episodios con títulos de libros de aventuras de la Colección Julio Verne o similares, y con la colaboración en el montaje de Alejo Moguillansky, quien en su cine también parte de propuestas altamente lúdicas, Las olas es una película que va armando de a poco el rompecabezas que es la vida de su protagonista, ya que las secuencias no son cronológicas pero sí significativas. Al final, cuando vuelva a ese posible presente, veremos a Alfredo de otra manera. Ya no es uno más en las calles de Montevideo. Es una especie de Eternauta que viaja por el tiempo buscándose a sí mismo. DIEGO LERER
-Chaco, de Daniele Incalcaterra y Fausta Quattrini (Argentina-Italia-Suiza, 106')
Secuela, en cierto modo, de su anterior El impenetrable, el nuevo documental de Incalcaterra y Quattrini sigue la saga del terreno que, en medio del Chaco paraguayo, el director heredó y quiso donar a los pueblos originarios del lugar. Al final del film anterior todo parecía ir por buen camino, ya que los problemas de propiedad se solucionaban por un decreto del entonces presidente Lugo. Y se ponía en marcha la construcción de la reserva Arcadia.
Pero el final feliz no fue tal, ya que Lugo fue depuesto y el asunto se complicó. El film cuenta las kafkianas idas y vueltas del director para poder hacer con su terreno lo que quiere. En este caso, una reserva natural manejada por los verdaderos dueños de la tierra, una suerte de isla de conservación en medio de un territorio cada vez más deforestado por los latifundios y el monocultivo de soja.
Las interminables y complejas vueltas legales se le apilan al director: le ocupa la tierra otro hombre con similar título de propiedad, le cierran los caminos, aparece en escena el poder narco, el decreto es incumplido y hasta los propios pueblos originarios tienen sus reparos con el proyecto. Y hay promesas políticas y hasta intervenciones del Papa Francisco, pero nada parece avanzar.
Con fotografía de Cobi Migliora, la película trata de observar la belleza y particularidad del lugar, pero la mayor parte de su metraje (que es un tanto excesivo en sus burocráticas complicaciones) está dedicado a seguir la lucha de Incalcaterra por acceder a su propio terreno y decidir qué es lo que quiere hacer con él. Pero eso, al menos aquí en América Latina, es bastante más complicado de lo que parece. DIEGO LERER
Fuera de competencia:
-Ata tu arado a una estrella, de Carmen Guarini (Argentina, 80') ★★★✩✩
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FESTIVALES ANTERIORES
En el cierre de la cobertura Diego Batlle y Manu Yáñez analizan el palmarés título por título, lo nuevo de Kelly Reichardt, Nadav Lapid, Christian Petzold y Lav Diaz, entre otros films, y hacen un balance general de esta edición 78.
-La sección oficial de la 78ª edición a realizarse entre el martes 13 y el sábado 24 de mayo consta de 73 largometrajes, a los que hay que sumarles los títulos de Cannes Classics (clásicos restaurados y documentales sobre cine) y Cinéma de la Plage (proyecciones públicas al aire libre).
-Además, se proyectarán los 39 largos de las tres secciones paralelas e independientes: Quincena de Cineastas, Semana de la Crítica y ACID.
-La oferta se completa con las distintas competencias y programas de cortos que hay en todos los apartados.
-En este espacio iremos sumando links a todas las reseñas publicadas durante la cobertura del festival. Ya hay 64 disponibles.
La Quinzaine eligió como film de cierre esta ópera prima que ya había tenido buena recepción en el Festival de Sundance, donde ganó el premio a Mejor Guion.
Nouvelle Vague, de Richard Linklater, la triunfadora de la Palma de Oro Un simple accident, de Jafar Panahi; y O Agente Secreto, de Kleber Mendonça Filho (ganadora de los premios a Mejor Dirección y Mejor Actor) encabezan esta selección personal.