Festivales
Recorrido por las retrospectivas, secciones temáticas y estrenos - #IFFR2019
Nuestro columnista estuvo en el prestigioso festival holandéz, pero -en vez de priorizar las secciones competitivas- se centró en las apasionantes muestras paralelas y focos de este año.
Tras una 47ª edición del Festival Internacional de Cine de Rotterdam que parece haber sido una de la más valiosas de los últimos años, las perspectivas para la de este año no prometían nada en extremo interesante. Hoy, sin embargo, apenas terminada esta 48° entrega del IFFR, el balance es muy positivo. Debo aclarar que posiblemente ello se deba a que, sin las urgencias de necesidades laborales que impusieran un recorrido o acotasen el marco de elección, la decisión de haberme concentrado casi exclusivamente en los focos y retrospectivas que propuso el festival holandés se demostró como muy acertada. Por lo poco de lo nuevo que he podido ver (nuevo en cuanto a premieres mundiales, ya que mucho de lo visto en las retros es ciertamente nuevo -en cuanto a ser la primera vez que uno puede ver una obra en cine- para la mayoría de los espectadores) y por los comentarios casi unánimes de la crítica especializada, la programación de las secciones competitivas habría sido, en términos generales, bastante decepcionante.
La sola referencia a las retrospectivas en las que concentré mi paso por el IFFR puede dar cuenta de qué es a lo que me refiero.
Edgar Pêra
Según el programador Olaf Möller, Pêra es el “único maestro desconocido del cine moderno de Portugal”. Este realizador es dueño de una libertad creativa y de un ánimo voraz tan inhabituales como apabullantes, lo que le permite procesar y jugar con los géneros, las formas y la música. En su proteica, ecléctica y bellamente despareja y sorprendente obra entran propuestas tan distintas como documentales (con todas las comillas que puedan utilizarse en esta categorización, como A cidade de Cassiano u O homem-pykante-Diálogos com Pimenta), farsas políticas muy alejadas de todos los lugares comunes del “cine de arte y ensayo” (la muy popular Virados do avesso, segunda película portuguesa más vista en su país en 2014), una reversión del mito de Drácula (The Baron), el videoclip de denuncia (Caminhos magnétykos) o hasta la instalación o la performance (Lovecraftland-cine-koncerto 3D, con música y acción en vivo).
Hay mucho para pensar en relación con la obra de un director que crece cuando se afirma en la libertad de jugar con música e imágenes y al que la urgencia de su necesidad de manifestarse políticamente puede jugarle una mala pasada, como en el caso de su reciente Caminhos Magnétykos. La cadencia musical y en particular el contrapunto son parte de su universo creativo (la influencia del muralismo, el graffiti y la videoinstalación tampoco puede desconocerse). No es tan frecuente concentrarse en una retrospectiva y encontrar una nueva sorpresa ante cada película a la que uno accede (no todas son igualmente logradas, pero esa constante búsqueda, siempre encuentra algún elemento de interés).
The Spying Thing
Otra instancia creativa, lúdica y feliz del IFFR es el de los focos “temáticos”, que incluyen películas muy heterogéneas, de orígenes y momentos muy distintos, pero que -sin embargo- tienen algún punto de conexión. El diálogo que se establece entre las distintas obras muchas veces las resignifica o hace que encontremos lecturas impensadas u ocultas. Detrás de este juego está la labor de los programadores Gustavo Beck y Gerwin Tamsma, quienes -atentos a la realidad circundante- recuperaron en este caso el vínculo cercano que existe entre la naturaleza del cine y la esencia del espionaje. Así, esa idea de recolectar información (de manera secreta) sobre una persona, nación u organización, la búsqueda de la verdad, la paranoia y la investigación, la omnipresencia del control y los límites de la privacidad, son temas que desde siempre están en las películas y que poseen una innegable actualidad.
Así, películas de nuestros días como la segunda parte de La Flor, de Mariano Llinás (que en el IFFR se dio como si fueran 3 películas, programadas incluso en distintas secciones, contraviniendo lo afirmado por su director en incontables oportunidades), el último corto de Mauro Andrizzi (Cairo Affaire, que tuvo su premiere mundial en Rotterdam), la surcoreana The Spy Gone North, de Yoon Jongbin; y la húngara Sunset, de László Nemes, pueden encontrarse con Spione (Fritz Lang, 1928); My Son John (Leo McCarey, 1952); y One, Two, Three (Billy Wilder, 1961). Estas últimas películas fueron exhibidas en perfectas copias en DCP. Pero la alegría y el goce todavía pueden ser mayores: British Agent (Michael Curtiz, 1934), Dishonored (Josef von Sternberg, 1931), The Mackintosh Man (John Huston, 1973), Ninotchka (Ernst Lubitsch, 1939), La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954) y las inclasificables Starling and Lyre (Grigoriy Aleksandrov, 1974) y There is Nothing Finer Than Bad Weather (Metodi Andonov, 1971) fueron proyectadas en copias en 35 milímetros.
No deja de sorprender cuántos de los aparentes nuevos problemas que atribuimos a los pretendidos avances tecnológicos eran ya materia de preocupación en las primeras décadas del siglo pasado (lo podíamos intuir, incluso saber, pero verlo en la pantalla grande de esta manera no deja de ser llamativo). Ver en un lapso acotado la incorrección del tratamiento de algunos temas (de la perspectiva de género al nazismo y el Holocausto) en One, Two, Three para luego escudriñar del otro lado del espejo (o de la cortina de hierro) en Starling and Lyre es un ejercicio tan poco habitual como enriquecedor. Un hallazgo particularmente desestabilizador: Captured (1959), de John Krish, docudrama pensado para la formación del ejército británico y su instrucción para resistir el lavado de cerebros y la tortura norcoreana durante la guerra de Corea.
Laboratory of Unseen Beauty
Otra vez gracias al enorme trabajo de Olaf Möller, el IFFR programa películas inconclusas, malditas, terminadas de maneras caprichosas o impensadas al momento de su concepción. Un ejemplo de esta idea: Pasarzerka (Passenger, 1963), concluida por Witold Lesiewicz tras la muerte de Andrzej Munk, utilizando fotos fijas e imágenes del realizador fallecido (difuminando fronteras entre ficción y realidad) para contar el encuentro durante el cruce del Atlántico en barco entre dos personajes que se conocieron en otras circunstancias (nada menos que en Auschwitz).
Otra vez, la heterogeneidad es parte de la belleza de la selección. Aquí se han visto, por ejemplo la última versión de The Movie Orgy (Joe Dante, 1968), una obra mutante desde su propia concepción y nacimiento (o nacimientos, debería decirse, ya que el modo de proyección y los materiales utilizados hacían que cada evento o encuentro fuera distinto al anterior) o la película filmada por Roberto Rossellini para la televisión francesa Le Psychodrame (1956), con tres historias pretendidamente serias sobre la temática de la terapia de grupo que resultan hermosamente disparatadas. Si hay algo identificable como “espíritu de clase B”, este está presente en estas dos obras: lo que en la primera es evidente por la compilación (originariamente en fílmico) de partes de películas de género de esa categoría, montadas rítmica y lúdicamente con discursos políticos e institucionales vinculados con cuestiones de higiene o salud reproductiva (entre tantos otros otros), en la segunda oxigena con un humor quizás inadvertido en el momento lo que en ese entonces se pensaba como un “tema importante”.
La muestra Temple of Cinema #1: Sayat Nova Outtakes, que recupera tomas no utilizadas que ponen en evidencia el modo de trabajo de Sergei Parajanov en The Colour of Pomegranates fue quizás la mejor de las muchas instalaciones (junto con Accueil Livre d’image, que demuestra que el cine no era el mejor lugar para ver El libro de imagen, de Jean-Luc Godard) y sirvió de marco perfecto para la presentación de los recuperados (o en proceso de recuperación) cortos de Parajanov Hakob Hovantayam (1967), Kiev Frescoes (1966) y Arabesques on the Pirosmani theme (1985).
Reseñas de estrenos
Más allá de estos territorios de descubrimiento y felicidad, algunas películas estrenada aquí mundialmente (o con poco conocimiento previo) he podido ver. Aquí una breve reseña de algunas de ellas:
-Shadow (China, 116’), de Zhang Yimou ★★★✩✩
Mejor poner en contexto esta reseña para que nadie se vea sorprendido. Desde Héroe (2002) y La casa de las dagas voladoras (2004) entiendo que Zhang Yimou ha filmado sus peores películas. Así como nada rescato de estos últimos 15 años, sí debo aclarar que disfruté mucho de esas dos películas que, para la mayoría de la crítica, ya daban muestras de la decadencia del realizador (recuerdo a un querido amigo que, frente a mi defensa de Héroe, contestó con maldad “sí, muy lindo el protector de pantallas”). Creo que, con todos los excesos y manierismos, con todo el abuso en la estetización de las imágenes, su belleza algo kitsch, la abrumadora construcción de esos universos operísticos, generaba una experiencia cinematográfica inigualable en la gran pantalla. Es justamente ese trabajo artesanal, todavía con algún componente físico, lo que resultaba prodigioso. Así, La maldición de la flor dorada (2006) se hundía en los excesos digitales, al llevar a la película por caminos lindantes con la animación. Ese paso de más se había dado y el run for cover a películas más pequeñas, de cámara o de temáticas sociales sólo hizo empeorar la producción del director de Ju dou y Esposas y concubinas.
No es que se trate de una gran película. Pero en la línea de dramas históricos atravesados por las artes marciales, Shadow recupera en gran medida el componente físico de las peleas (o dosifica mejor lo digital) y el juego con las tonalidades grises (sin blancos y negros plenos, pero con una paleta en la que hasta la sangre adopta ese color) conforman un universo tan artificial como bello e intrigante. La épica tiene raigambre shakespereana, como en muchas de las citadas; pero, en este caso, el final con clímax sangriento pone en duda lo que hasta ahora venía siendo una constante en la obra de Zhang Yimou: la idea de que la centralidad y continuidad del Estado todo lo justifica. Si hasta ahora el héroe podía incluso entregar su vida porque la aniquilación de un monarca absoluto e injusto podía generar un perjuicio institucional o colectivo, esa visión se encuentra ahora matizada, cargada de dudas y hasta puesta en cuestión.
-The Nightshifter (Morto nâo fala, Brasil, 110’), de Dennison Ramalho ★★✩✩✩
En la edición 2018 del IFFR la proyección de As boas maneiras (Juliana Rojas y Marcos Dutra), Inferninho (Guto Parente y Pedro Diógenes) y El club de los caníbales (Guto Parente) evidenciaba algo más que el buen momento del cine de terror brasileño. Desde siempre el género ha servido para acercarse a la política y lo que parecía como algo amenazante, como un futuro ominoso que se acercaba al gigante sudamericano era parte de una construcción de sentido, que, contra lo habitual, no provenía de los sitios típicos del imaginario y representación de lo brasileño (básicamente, Río de Janeiro y San Pablo). El futuro llegó con la demostración fehaciente de que no se trataba de un delirio paranoico, había razones concretas para creer en fantasmas, brujas y monstruos, de los más peligrosos y desagradables.
En este caso, el personaje principal es un trabajador de la morgue de San Pablo que posee la particular habilidad de poder hablar con los muertos (el título original es mucho más elocuente que el pensado para la difusión global). La urgencia del momento, el (justificado) desagrado ante la realidad del presente hace que los subrayados y alusiones sean tan gruesos y unidimensionales (sin, por otra parte, el bálsamo del humor que permite lubricar esos deslices, como en las películas de Guto Parente) que los hallazgos visuales y la fiesta gore se pierden en la bajada de línea. Con un potente inicio, cuando el género cede lugar de manera cada vez más explícita a la mirada sobre el Brasil de hoy en día, la tensión y la eficacia desaparecen. Claro que el desagrado y temor frente a la realidad pueden compartirse, pero eso no exculpa la reiteración y el descuido formal ante la necesidad de machacar ese discurso.
-Caminhos magnétykos (Portugal-Brasil, 87’), de Edgar Pêra ★★½
La película cuya premiere internacional tuvo lugar en el IFFR de un director cuya retrospectiva destacamos es posiblemente la menos lograda de las muchas que conformaron el foco. Culminada en 2018 tras un accidentado proceso que llevó mucho tiempo para concluir la tercera adaptación de Pêra de una obra de Branquinho da Fonseca, la necesidad de adecuarla al presente lastra en gran medida un film que tiene muchos aspectos interesantes. La música, los colores, el uso expresionista de las imágenes (las locaciones, el particular mundo submarino) es algo que está en toda la obra del director portugués, que no necesita de los diálogos en inglés por teléfono con un poderoso que siempre está fuera de campo y al que llaman Donald para comprender cuál es su postura política. La lineal mirada sobre la realidad portuguesa y mundial se torna por momentos intolerable ante la habitual tendencia a la reiteración del realizador portugués. Dominique Pinon gritando hasta lograr que uno internamente también pida a gritos que se calme un poco no ayuda a sobrellevar la experiencia. Claro que su habitual delirio, la carencia de límites, las distintas texturas de las imágenes y algo de la música hacen que uno pueda seguir confiando en que sólo se ha tratado de un pequeño tropiezo.
-Harpoon (Canadá, 82’), de Rob Grant. ★★★✩✩
No está mal terminar un día festivalero con una abundante dosis de sangre y humor. Esto es algo que parece estar siempre en las películas del director canadiense Rob Grant (Alive, Mon ami), que logra evitar los excesos cancheros que podrían vincular su mirada con la de algunas películas de Guy Ritchie. Algunos flashbacks acelerados, ralentis y momentos musicales no molestan porque, aunque las imágenes sean fuertes, aunque la hemoglobina nos salpique un poco, el ánimo lúdico prevalece y no se advierte la gratuita crueldad a la que algunas películas que aparentemente pretenden recorrer caminos similares nos vienen intentando acostumbrar.
Tres amigos (dos jóvenes varones y la novia de uno de ellos) atrapados en un yate (en una singular adaptación de un cuento de Edgar Allan Poe) son los protagonistas de este sangriento thriller, que juega al exceso para alimentar el componente cómico de la historia. Las vueltas de tuerca funcionan, los actores son eficaces y hasta el componente genérico (femenino, que no hablamos aquí del gore) es introducido con una elegancia y pertinencia que exceden por mucho a algunas tardías expresiones que en otras obras parecieran tener que ver más con una necesidad de lavar culpas del pasado que con un convencimiento actual y a futuro.
-Une jeunesse dorée (Francia-Bélgica, 111'), de Eva Ionesco ★✩✩✩✩
No. Ya lo sabíamos. Isabelle Huppert puede transformarse y mutar. Amamos, incluso, odiarla. Pero no es infalible. Uno puede recordar que ella ya había filmado con Eva Ionesco hace un tiempo (My Little Princess, presentada en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes en 2011) y quizás de allí proviene el porqué de la decisión de participar de esta película, ya que se trata -de alguna manera- de una continuación de aquella autobiográfica ópera prima de la directora.
El año es 1979 y el lugar es Paris. Y la joven pareja de artistas (y un poco delincuentes) que acostumbran a pasar sus noches mezclados con las celebridades y freaks que conforman el mundo del boliche Le Palace ve modificada su existencia por el encuentro con Lucille (la Huppert) y su marido. Ellos son mucho mayores, burgueses, ricos, decadentes. Las relaciones cruzadas (un verdadero, o no tanto, matrimonio de a cuatro) juegan con el recuerdo idealizado de lo que comenzaba a ser la década en la que parece que todos (o todos en el cine) quieren últimamente habitar: los ochentas. Música, kitsch y una superficialidad que no es parte de la búsqueda estética sino de las limitaciones de la mirada. La joven protagonista, Galatéa Bellugi, tiene momentos de genuina belleza, pero hay algo de su presencia que intriga tanto como expulsa; un movimiento y una cadencia que no se condicen con la música ni con la historia. Algo que desnuda un poco más que su bello cuerpo. Y eso es la esencial falta de un componente genuino que no sea la explotación de un mentiroso recuerdo que pareciera nunca haber sido real.
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