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Crítica de “Memorias de un caracol” (“Memoir of a Snail”), película animada de Adam Elliot

El director australiano de Mary and Max (2009) y ganador del Oscar en 2005 por el cortometraje Harvie Krumpet concibió un nuevo largometraje en stop motion que fue nominado al premio de la Academia de Hollywood (la estatuilla finalmente fue para la exitosa producción letona Flow).

Estreno 20/03/2025
Publicada el 19/03/2025

Memorias de un caracol (Memoir of a Snail, Australia/2024). Guion y dirección: Adam Elliot. Con las voces de Sarah Snook, Kodi Smit McPhee,Jacki Weaver, Eric Bana y Nick Cave. Música: Elena Kats-Chernin. Fotografía: Gerald Thompson. Edición: Bill Murphy. Distribuidora: BF París. Duración: 95 minutos. Apta para mayores de 13 años con reservas. Salas: 18 (Atlas Caballito, Multiplex Belgrano, Cine Arte Cacodelphia, Cinema Adrogué, Cinépolis Avellaneda, Cinépolis Recoleta, Cinépolis Houssay, Cinema City de La Plata, Hoyts Abasto, Hoyts Unicenter, Hoyts Dot, Cinemark Palermo, Cinemark Caballito, Cinemark Puerto Madero, Cinema Devoto, Showcase Belgrano, Showcase Norte y Showcase Haedo).



Quienes hayan visto Mary and Max (copiamos debajo una breve reseña como recordatorio), no se sorprenderán demasiado por el tono agridulce (más agrio que dulce) y tragicómico (más trágico que cómico) de Memorias de un caracol, película que nos cuenta las desventuras y penurias de una joven llamada Grace Pudel (la voz de Sarah Snook, la Shiv Roy de la serie Succession), una joven solitaria, angustiada, traumada y apasionada por los caracoles y las novelas románticas.

La película -ambientada en la Australia de la década de 1970- reconstruye la cadena de infortunios de Grace y su hermano mellizo Gilbert (la voz de Kodi Smit-McPhee): su madre muere apenas nacen; su padre Percy (Dominique Pinon), un animador y artista callejero francés, queda parapléjico tras un absurdo accidente y, cuando fallece, ambos son separados de forma forzada y enviados por los servicios sociales a vivir con otras familias adoptivas en zonas muy distantes. Y, cuando parece que por fin el amor llama a la puerta de esta muchacha no demasiado agraciada, la decepción será no menor.

A esta altura, ya queda bastante claro que Adam Elliot tiene una fascinación (obsesión) por los perdedores, los marginados, aquellos que no encajan en los cánones de belleza, éxito y “normalidad”. De hecho, cuando su hermano ya no está a su lado, la principal relación de nuestra atribulada (anti)heroína es una anciana llamada Pinky (la voz de la mítica Jacki Weaver). Porque, más allá de los continuos golpes de la vida que sufre en el seno de una sociedad conservadora, represiva e insensible, Grace apelará a una resiliencia encomiable y, en ese sentido, Pinky será un sostén decisivo.

Bella y oscura -por momentos hace recordar a Coraline y la puerta secreta (2009), de Henry Selick-, con un prodigioso trabajo con una animación orgullosamente artesanal, Memorias de un caracol tiene, sin embargo, una zona que -al menos desde la sensibilidad de quien esto escribe- me hizo un poco de ruido: la inocencia, ingenuidad y buenas intenciones de la protagonista hace que bajemos la guardia para luego recibir unos cuantos mazazos con recursos por momentos manipuladores llegando incluso a ciertas situaciones extremas en las que Elliot parece regodearse en el dolor y el sadismo de ese mundo siempre inhóspito e inhumano. De todas formas, hay algo parecido a la redención y la mayoría esos golpes nunca están por debajo del cinturón y, por lo tanto, Memorias de un caracol se desmarca de lo más artero de ese cine de la crueldad hoy tan de moda.

PD: Además de los aportes de Sarah Snook, Kodi Smit McPhee y Jacki Weaver, hay papeles secundarios (pero decisivos) a cargo de Eric Bana y Nick Cave. Un auténtico seleccionado artístico made in Australia.


Mary and Max (Australia/2008), de Adam Elliot. Duración: 92 minutos.

Una joya de la animación artesanal stop motion (y del cine en general) tanto en términos visuales como narrativos que nada tiene que envidiarle, por ejemplo, a las producciones de Aardman. La relación que se establece a lo largo de dos décadas (los '70 y los '80) entre Mary (la voz de la gran Toni Colette), una niña australiana de 8 años, y Max (el no menos genial Philip Seymour Hoffman), un judío neoyorquino de 44, es de un lirismo y una sensibilidad pocas veces vista.

Desde el uso de los colores (el sepia para ella y el blanco y negro para él, con sólo unos pequeños y esenciales objetos en rojo y naranja) hasta el entramado dramático (es una de las películas con más ideas por minuto que se recuerden) permiten construir un maravilloso universo de seres traumados y solitarios, incomunicados e hipersensibles, diferentes y a la vez profundamente queribles. Personajes al borde la locura y del suicidio que se comunican a la distancia en un film que -sin descuidar el humor negro y la crítica a la deshumanización de la sociedad de consumo- pone en cuestión el concepto de "normalidad".


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