Críticas

The Host, de Bong Joon-ho

Un cine que muta hacia nuevas formas y lenguajes

Popular y sofisticada, radical y brillante, entretenida y política a la vez, esta tercera película del coreano Bong Joon-ho sobre un monstruo mutante surgido de desechos tóxicos demuestra que aún hoy es posible revolucionar los géneros tradicionales (comedia, terror, suspenso, ciencia-ficción) y reinventar el lenguaje cinematográfico

Estreno 31/05/2007
Publicada el 30/11/-0001

The Host (Gwoemul, Corea del Sur/2006). Dirección: Bong Joon-ho. Con Song Kang-ho, Byeon Hie-bong, Park Hae-il, Bae Du-na y Ko Ah-sung. Guión: Baek Chul-hyun y Bong Joon-ho. Fotografía: Kim Hyung-ku. Música: Lee Byung-woo. Edición: Kim Seon Min. Diseño de producción: Ryu Seong-hie. Distribuidora: Alfa Films. Duración: 119 minutos. Para mayores de 16 años.



Como en toda película fantástica, hay una explicación racional de la catástrofe imaginada, y aquí están los científicos norteamericanos que vuelcan desechos contaminantes en el río Han, que bordea la ciudad de Seúl, y de esa contaminación surge un monstruo mutante. Nunca más apropiada la palabra para definir The Host: "mutante".

Al revés que en Los pájaros, donde la pesadilla le tomaba a Alfred Hitchcock un desarrollo expositivo extenso, en The Host las armas que elige Bong Joon-ho consisten en el golpe inicial y la velocidad; y, en vez de graduar la irrupción del monstruo (al revés, también, de Alien, el octavo pasajero), elige ponerlo en acción y hacerlo visible desde el comienzo, amenazando y arrasando a los muy comunes paseantes en una jornada apacible junto al puente que se tiñe de sangre y terror.

Un primer prólogo, entonces, más inscripto en la ciencia-ficción; un segundo prólogo, más propio del fantástico terrorífico. Pero a Bong eso no le alcanza y da un doble salto mortal, desplegando dos líneas narrativas que en realidad simulan ser dos cuando son la misma. Los científicos y el ejército -dos variantes del control social, para Bong- aislan a los que tuvieron contacto con el monstruo, incubando un hervor político impensado y, en paralelo o como complemento, está la historia de una familia de clase popular que pone todos sus (pocos) recursos y su (mucha) imaginación para rescatar a la más chica de la madriguera de este monstruo al que el director, felizmente, privó de psicología, de sentimientos y de maldad gratuita, dotándolo de una dimensión meramente animal e impredecible.

Si The Host es ella misma una película mutante más que una película sobre una criatura mutante, es porque va cambiando mientras el espectador está viéndola, delante de sus propios ojos, como un rayo que cruza la pantalla y debe ser más atrapado que mirado, así como el monstruo captura a sus víctimas y las vuelve rehenes. Como si hiciera suya aquella idea de que el gran narrador es un mago que sabe cuándo mostrar y cuándo esconder, Bong apuesta a una velocidad que no se jacta al deslumbrarnos y aturdirnos -como en el cine-videoclip- sino que en ese movimiento gozoso e imperceptible del pase de manos busca que lo sigamos en una aventura que es mucho más que su anécdota.

¿Por qué, entonces, una película mutante? Porque si hay un equilibrio en una película que gira sobre sí misma sin cesar, que desequilibra todo el tiempo sin desequilibrarse nunca, está en la alternancia entre comedia y terror, y en que nunca sepamos bien qué es lo cómico y qué lo terrorífico. La gente común puesta en una situación excepcional (Hitchcock, otra vez) siempre fue una de las premisas de la comedia, pero también lo fue del cine fantástico y de anticipación. Y, al obstinarse en cruzar esas tradiciones (lo ordinario vuelto extraordinario, y viceversa), Bong no sólo demuestra lo vecinas que eran sino que se inscribe él mismo en esa gran tradición del cine en la que ninguno de los realizadores decisivos fue un director de películas "de género" sino más bien artistas inclasificables y únicos, que partían o llegaban desde o hacia el género, pero nunca lo recorrían aplicadamente, nunca se rendían dócilmente frente a él, como se ve en Orson Welles, Howard Hawks, Fritz Lang y el citado Hitchcock, así como en Roberto Rossellini, Rainer Werner Fassbinder o, paródicamente, en Jean-Luc Godard.

Los géneros -nos dice Bong- no implican solamente una gramática sino también una política. Y esa es la otra parte de esa fuerza extraordinaria que emana de la película. Si la revisión y reflexión de y sobre las formas populares es un atributo de los cineastas que importan, es porque perfilan su rasgo distintivo con aquellos que se dedican -mansa, mezquina, torpemente- a acopiar y reproducir esas formas de la cultura popular. Y Bong entiende el cine como un gran espectáculo, pero también como la versión más refinada del contrabando ideológico, del programa oculto del trabajo intelectual. Ya en su opera prima Perro que ladra no muerde y en la posterior Memories of Murder, había demostrado la expansión del campo de lo decible y su visión del realismo como la forma pesadillesca de lo fantástico, y esas apuestas radicales y brillantes podrían ser suficientes, pero en The Host da un paso más y ya no debieran quedar dudas de que el cine seguirá vivo siempre que haya alguien que busque reinventar su lenguaje.

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