Festivales

Diario del festival 5 - Entre los ricos de Nicolas Klotz y el Dylan de Todd Haynes

Las dos películas más polémicas de las últimas jornadas de la edición 2007 de la Viennale fueron La cuestión humana, largometraje del francés Nicolas Klotz (foto) que ya había llamado la atención durante su estreno en la sección Quincena de Realizadores del Festival de Cannes de este año; y I'm Not There, la delirante biopic de Bob Dylan a cargo del director norteamericano Todd Haynes que había tenido su première mundial en la reciente Mostra de Venecia.
Publicada el 30/11/-0001
Domingo a la mañana. Durante la noche vienesa se atrasaron los relojes y ganamos una hora. En Buenos Aires está por empezar el comicio que nos hará perder cuatro años. En la mesa del desayuno los americanos se quejan de Bush, los franceses de Sarkozy, los argentinos de Kirchner. Igual vivimos en la burbuja festivalera, todo nos parece distante. Hay huelga de aviones en Francia, de trenes en Alemania, pero en Austria nunca pasa nada. Ya pasó demasiado hace setenta años.

El diario está atrasado: debemos el jueves, el viernes y el sábado. Así que manos a la obra. A la una de la tarde de ese día, Quintín fue a ver La question humaine, de Nicolas Klotz, un cineasta francés del que nos hicimos amigos hace unos años cuando vimos La blessure, su film anterior. Klotz presentó la película con su mujer y guionista Elizabeth y dijo que era la tercera parte de una trilogía sobre la situación social en Francia. La primera, Paria (BAFICI 2002) se ocupaba de marginales callejeros, y La blessure de la persecución a los inmigrantes. Pero Ésta, dijo Klotz, era la contrapartida de las anteriores porque transcurre entre de gente rica.

El día anterior, sentados en el café Mozart con Christoph Huber, nos pusimos a mirar a la gente de la mesa de al lado, que cenaba a la salida de la Opera. Eran tres parejas de edad madura, todos vestidos con ropa impecable y distinguida. Hasta el pelo les brillaba de una manera espacial. Era una visión extraña, la de seres que habitan otra dimensión de la realidad. A la mañana siguiente, Q volvió a contemplar una postal de la riqueza. Cuando iba a tomar el ascensor en el Hilton se abrieron las puertas y allí apareció el crítico Cyril Neyrat, un tipo petiso, vestido con ropa más o menos informal, rodeado de seis gigantes impecablemente trajeados, evidentemente ejecutivos que asistían a una convención de negocios. El contraste era incluso cómico, pero Q tuvo un pequeño estremecimiento de terror, esa certidumbre de que dos mundos paralelos coexistían en el mismo espacio.

El protagonista de La question humaine es Mathieu Amalric, que hace de gerente de recursos humanos de una gran empresa. Entre sus ocupaciones figuran la selección de personal y el entrenamiento de los empleados en seminarios de superación individual. Recientemente, la empresa despidió a la mitad de sus trabajadores y Amalric fue parte importante de la operación. Al empezar la película, basada en una novela de François Emmanuel, el vicepresidente de la compañía le encarga a Amalric la tarea de vigilar al presidente que atraviesa un período de depresión. Algunas alternativas del argumento lo van llevando a él también a un comportamiento extraño, mientras ciertos hechos del pasado emergen asociados a un cuarteto musical y al nazismo. Q se perdió un poco con la trama y la película no le gustó mucho, en parte porque los ricos no se parecían físicamente a los que había visto en el café y en el ascensor. De todos modos, la complicada trama es un pretexto para transcribir una teoría que continúa el pensamiento del escritor alemán Victor Klemperer (1881-1960) sobre el lenguaje de la época del Tercer Reich, cuando palabras tomadas de la tecnología se usaron para disfrazar eufemísticamente todo tipo de abusos y atrocidades. Emmanuel y Klotz muestran como la lengua de los “recursos humanos” reproduce un sistema de conceptos técnicos sorprendentemente próximo al que los nazis utilizaban en sus manuales para el exterminio de judíos. Un idea poderosa para una película débil, demasiado fácil, que tuvo muy buenas críticas y bastante público en Francia.

Un rato más tarde, después de presentar por segunda vez El hombre robado, F y Q discutían acaloradamente. F acusaba a Q de perder el tiempo hablando de cine argentino cuando el asunto no tiene arreglo y hay tantas cosas más interesantes que hacer en la vida. Pero qué puede hacer uno, replicaba Q, son muchos años de darle vuelta a los mismos temas.

Como había un poco de tiempo antes de la película de John Gianvito, F y Q lo acompañaron a ver Scott Walker – 30 Century Man, título pomposo para una biografía convencional del músico. Extraordinario cantante Walker, prolífico compositor, cuya carrera se interrumpió misteriosamente. Rompiendo años de silencio con la prensa, Walker habla en la película y también habla otra gente famosa como David Bowie, Ute Lemper o Brian Eno. Pero el film no tiene arreglo, es uno de esos bodoques televisivos, donde cada conversación está fragmentada e intercalada con momentos musicales. Un tema muy interesante arruinado por el formato del biopic televisual. El director Stephen Kijak no parece tener ni media idea propia sobre la compleja relación de Walker con el mundo de la música y se limita a amontonar testimonios más o menos irrelevantes.

Abandonamos a Walker, porque ya era hora de Profit Motive and the Whispering Wind, la película de Gianvito. Pero antes daban dos cortos. Uno muy breve de Jem Cohen, Untitled New York, que pasó demasiado rápido y se parece al trailer de la Viennale 2007 que también hizo Cohen: unos cuantos fragmentos urbanos. Cohen filmó también mucho súper 8 en Buenos Aires durante su estadía en el Bafici 2007 antes de caer enfermo, intoxicado por un churro que se comió en la estación Retiro (!). Luego venía Europa 2005, 27 octobre, el último trabajo de Straub/Huillet. Es una meditación sobre la muerte accidental de dos jóvenes inmigrantes que, huyendo de la policía en un suburbio parisino, se electrocutaron con los cables de una usina eléctrica. La película tiene 11 minutos y cinco partes casi idénticas. Un plano de ida y otro de vuelta del exterior de la planta, donde el sonido varía según distintas intensidades del ladrido de un perro. Al final, siempre aparece una leyenda: “Cámara de gas / Silla eléctrica” que alude a la muerte los jóvenes como parte de un programa de ejecución masiva que sigue vigente. La idea retoma la expuesta en La question humaine: el mundo como máquina de matar a los débiles con ayuda tecnológica.

En una longitud de onda parecida, la del radicalismo político, está la película de Gianvito. Durante una hora, la filmación intercala dos tipos de imágenes (y de sonidos): las del viento soplando en distintos escenarios naturales por un lado, y la de tumbas y monumentos funerarios por el otro. Estas repasan los lugares donde yacen o se recuerda a quienes murieron luchando por los derechos civiles, sindicales y políticos en los Estados Unidos. Una serie de carteles, placas y sepulturas cuenta así la historia de las ejecuciones del capitalismo. Es muy buena la película: bella, lírica, inteligente. Se verá en el Bafici 2008, si nada raro ocurre.

Después de cenar las reglamentarias Kürbis-Suppe (sopa de zapallo) y Wiener Schnitzel (milanesa), F y Q se encaminaron hacia una de las funciones que más esperaban: I’m Not There, la película Todd Haynes sobre Bob Dylan. Estaban sentados en la sala, cuando apareció un anunciador y dijo que tenía el honor de presentar a Todd Haynes y a ¡Mark Peranson! quien, munido de un sombrero especialmente adquirido para la ocasión, subió al escenario para hacerle preguntas al director. I’m Not there resultó una decepción. Es divertida la idea de dividir la vida y la personalidad de Dylan entre varios actores, incluyendo la desopilante imitación de Cate Blanchett. También es cierto que hay momentos muy logrados, y que la música (una brillante mezcla de versiones originales y covers) suena fantástica en el cine. Pero F y Q no pudieron evitar la sensación de que estaban presenciando una monumental pavada.

Eran las dos de la mañana cuando llegaron de vuelta al hotel. Peranson, el nuevo ícono pop, partía al día siguiente. En el lobby se habían juntado unos cuantos festivaleros para la improvisada despedida que, con el bar cerrado, debió recurrir a los minibares de algunas habitaciones. Emmanuel Burdeau y Cyril Neyrat departían con Christoph Huber y Andrea, programadora de Toronto y cliente regular de la Viennale, Reginald Harkema (director de Monkey Warfare, BAFICI 2007) y señora. Se quedaron allí hasta la cinco de la mañana, pero los autores de este diario, cuya edad superaba largamente a la de los demás presentes, abandonaron la velada mucho antes.

Reproducido -con permiso de los autores- de La Lectora Provisoria.

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