Críticas
El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, de Andrew Dominik
Ultimos días de la víctima
Más allá de sus contradicciones -se propone desmitificar la figura heroica de Jesse James, pero termina enfatizando el caracter épico del personaje-, este segundo largometraje del realizador neozelandés Andrew Dominik (el mismo de Chopper) es una austera, bella, melancólica y por momentos lírica exploración de los últimos días del asaltante más famoso del mundo (un correcto Brad Pitt) y del contradictorio universo personal de quien fue su patético admirador y asesino (otro notable trabajo de Casey Affleck).
Tiene razón Manuel Yáñez Murillo cuando en una de sus magníficas crónicas para OtrosCines.com desde el Festival de Venecia (donde Brad Pitt le arrebató por portación de apellido el premio al mejor actor a quien debería haberlo recibido, su compañero de elenco Casey Affleck) escribe que "la película adolece de una confusa esquizofrenia conceptual: afronta un trabajo basado en la desmitificación de la figura de (Jesse) James, pero a su vez ofrece un tratamiento que enfatiza el carácter épico del personaje. Atrapado en esta dialéctica sobre el mito, el film bascula entre bochornosas muestras de una neo-épica onírica (que podría recordar a la de Gladiador, de Ridley Scott, que aquí ejerce de productor) y un notable ejercicio de austeridad escénica y narrativa". Y tiene razón, también, Manohla Dargis, la extraordinaria crítica de The New York Times, cuando habla de exagerada "conceptualización" y traza analogías bastante evidentes entre Robert Ford-Jesse James y Judas-Jesús o Mark David Chapman-John Lennon.
En cambio, cuando leo las laudatorias reseñas de Roger Ebert, Todd McCarthy o Peter Travers no encuentro más que adjetivaciones grandilocuentes, comparaciones con los grandes westerns clásicos y justificados elogios (no hay nadie que no los haya expresado) sobre el sofisticado y embriagador aporte de Roger Deakins, indudablemente uno de los cinco (o tres) mejores directores de fotografía en actividad.
La conclusión que creo mejor me cierra es que la película tiene más aspectos vulnerables en su concepción intelectual que en su subyugante narración que hacen livianas las "pesadas" dos horas y media o en su logrado tono de épica intimista, bella, lírica y melancólica, a-la (me pongo de pie) Terrence Malick.
Como en Chopper, Dominik construye héroes con demonios interiores y demonios con peso heroico. Así, logra que el espectador se identifique tanto con el Bello (Brad Pitt) como con la Bestia (Casey Affleck), el Judas, el Mark David Chapman, el patético y ambicioso Don Nadie que terminó de un balazo en el cráneo con el objeto de su obsesión, con el Robin Hood, con el último gran héroe de la mitología delictiva estadounidense, que aquí -en el inevitable intento de humanización- es un ególatra, déspota, crispado e irritable insomne que no confía en nadie y al que todos le temen.
Es cierto, este Jesse James de Dominik no alcanza la profundidad revisionista de Los imperdonables, la poesía cinematográfica de un Malick o la crudeza de un Peckinpah. Pero es una película más que atendible, con muchos méritos absolutos y algunos fracasos parciales, que no merecía el maltrato al que el estudio Warner Bros -que la guardó en un cajón durante dos años y la tiró luego a regañadientes para que se hundiera rápidamente en el mercado- la sometió, como si fuera una traición al arte y al negocio más cobarde que el propio Robert Ford. Por eso, y por sus búsquedas no exentas de riesgo dentro del conservador panorama hollywoodense, mi humilde reivindicación.
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