Críticas

La vie en rose, de Olivier Dahan

La vida en negro

Tras su impresionante éxito en Francia (más de 5 millones de espectadores), llega esta biopic sobre Edith Piaf que ofrece una gran caracterización de Marie Cotillard y un enorme despliegue de producción, pero que cae en un regodeo demasiado explítico por la sordidez de la artista
Estreno 10/05/2007
Publicada el 30/11/-0001
La vie en rose (La Môme, Francia/2007). Guión y dirección: Olivier Dahan. Con Marion Cotillard, Sylvie Testud, Pascal Greggory, Emmanuelle Seigner, Jean-Paul Rouve, Gérard Depardieu, Clotilde Courau, Jean-Pierre Martins, Catherine Allégret y Marc Barbé. Fotografía: Tetsuo Nagata. Música: Christopher Gunning. Edición: Richard Marizy. Diseño de producción: Olivier Raoux. Distribuidora: Alfa Films. Duración: 140 minutos. El director Olivier Dahan es un todoterreno de esos que tanto se aprecian dentro de la vertiente más industrial del cine francés: puede hacer un drama sobre las desventuras de una prostituta con su hija como La vie promise, una secuela de acción como Los ríos color púrpura 2, una serie de televisión o una biopic sobre la cantante de su país, el Gorrión de París, la Môme, la genial, mítica y torturada Edith Piaf.

Por eso, viniendo de un director tan profesional y, al mismo tiempo, tan poco personal como Dahan, La vie en rose resulta el producto espectacular y al mismo tiempo previsible que podía esperarse.

Lo que no podía esperarse, en cambio, es la propensión casi obscena, amarillenta (¿pornográfica?) por acentuar de la manera más explícita posible el costado más degradante, miserable, despótico y traumático de la artista. Desde su infancia marcada por la más absoluta pobreza en las calles de la Belleville parisina de 1918 hasta su tendencia autodestructiva y sus arranques de furia hacia sus amigos, amantes de ambos sexos y colaboradores, pasando por sus constantes y progresivos problemas de salud.

El problema no es que se quiera mostrar las facetas más sórdidas y oscuras del personaje (entre tantas biopics celebratorias sería incluso una decisión para festejar) sino cómo se lo muestra. Dahan, se sabe, está a años luz de ser un director sutil y austero, pero en su guión y en su puesta en escena todo resulta muy (demasiado) explicado, subrayado, presentado siempre en primer plano y apelando muchas veces al golpe bajo casi artero. Así, por momentos, los 140 minutos de La vie en rose se convierten en un calvario sobre las peores miserias y bajezas humanas presentadas, claro, con un exquisito trabajo sobre la imágen gentileza del fotógrafo Tetsuo Nagata, de una banda sonora de tono épico y de un diseño de producción que recrea a fuerza de millones de dólares de presupuesto desde la Francia de posguerra hasta la Nueva York de 1959.

Cuando apela a la metáfora obvia (el tren que pasa, los pájaros que emprenden el vuelo, el teléfono que suena, las agujas del reloj que marcan el paso del tiempo), Dahan cae en la metáfora más obvia y en el clisé más torpe. En cambio, cuando deja que aflore el genio musical de las interpretaciones de la Piaf, cuando se concentra en describir la bohemia del mundo del music hall del Montmarte de mediados de los años 30 o la relación de amor-odio entre ella y la intelectualidad de Manhattan la película gana en encanto e interés.

El film decae cuando reconstruye la infancia del personaje (con su padre contorsionista y acróbata de circo, con su madre cantante y casi ausente, con su estancia en un prostíbulo integrado por queribles trabajadoras del sexo) y se recupera cuando permite que Marion Cotillard nos transporte a la intimidad más conmovedora y emotiva de su criatura. La caracterización es sencillamente asombrosa, lo que no quiere decir que toda la actuación (y en eso mucho tienen que ver las decisiones de Dahan) sea completamente lograda. Aún afeada, Cotillard (el objeto del deseo de Russell Crowe en la reciente comedia romántica Un buen año) deja aflorar su belleza y su magnetismo en medio de las prótesis y las densas capas de maquillaje. Precisamente cuando la intensidad emocional le gana al virtuoso despliegue de técnica interpretativa (que se luce incluso a la hora de hacer playback), es cuando su trabajo resulta más convincente que espectacular y, por ende, más eficaz en términos dramáticos.

Así, con su meticulosa, rica y atrapante reconstrucción de una época llena de contradicciones, con el apuntado tour-de-force de Cotillard (que de ahora en más será para siempre "la actriz que hizo de Piaf") y con las exquisitas canciones que ayudan a disimular los desniveles de la trama, le alcanza a La vie en rose para convertirse en un aceptable producto que, al menos en Francia, ha conseguido el apoyo masivo del público. Veremos qué ocurre con los espectadores argentinos.

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