Columnistas

Un GIF vale más que mil palabras

Por Sol Santoro y Maia Debowicz
Nuestras columnistas analizan la relación entre esas imágenes de unos pocos segundos que se viralizan y el cine tradicional.

Publicada el 23/03/2018


Un tren en marcha, un simpático bebé comiendo, un grupo de obreros saliendo de una fábrica. El cine nació registrando los gestos de su época. Pequeñas obras que inmortalizaron muecas y vistas que no tenían ninguna otra pretensión que entretener y ser un producto de variedad despojado de cualquier análisis artístico.

Sin formas clásicas que los precedieran, los hermanos Lumière le regalaron al mundo el puntapié inicial de una historia maravillosa. Antes de que Georges Méliès vistiera sombrero de cono y barba planeando su llegada a la Luna o de que Edwin S. Porter se encargara de contar la vida de un bombero -entregándose al camino narrativo que otros consolidarían más adelante-, el retrato del gesto fue lo que logró cautivar a unos espectadores que percibían el mundo que los rodeaba desde una nueva mirada, valorizando cada acto cotidiano y aparentemente intrascendente en un final feliz de película.



Es cierto que la exhibición de los hermanos franceses llegó luego de una enorme cantidad de pruebas y de artefactos que generaban ilusiones igual de valiosas para pensar las piezas que atesoran instantes, desde el vertiginoso zoótropo hasta las máquinas tragamonedas de Edison, y también lo es el hecho de que no sea el GIF el primero o el único de los formatos virales que a fuerza de chats adentro de un smartphone y redes sociales a toda velocidad se forjaron un espacio fundamental. Sin embargo, y sin ser la única relación posible, hay entre unos y otros un reflejo separado por un siglo que abre una prometedora ventana de diálogo entre ambos.

¿Puede que sean los GIF los que devuelvan hoy algo de aquel reflejo fascinante? ¿Hay en esas microvistas aquel germen curioso de los primeros intentos de cine? En 1987, Steve Wilhite (desde la compañía CompuServe) fue el responsable del que pasaría a la historia como el primer GIF (Graphic Interchange Format). Un avión deslizándose entre nubes de 8 bits en un formato exclusivamente pensado para la web. Pero, claro, en estas tres décadas el formato se encargó de salirse de las cuatro paredes que los encerraban en páginas de internet, para invadir cada chat, ventana emergente o mail que se escriba.



Si bien pueden ser intervenidos, los gif son, en principio, la posibilidad de crear o extraer uno o dos segundos de otro soporte y repetirlo hasta el agotamiento, arrancándole un significado propio (incluso a una partícula al cine). Un momento épico de una película, un clásico de la TV, un festejo alucinado en la tribuna de un Talk Show, el modo en el que Lady Gaga se arrojó del escenario en un Super Bowl, una lupa muy precisa al modo en el que Tévez le provoca una fractura expuesta a otro jugador, o una mirada microscópica hacia una endorfina. Todos tienen la posibilidad de expandirse, de transformarse y permanecer en la eterna repetición que les ofrece ese cuadradito animado. 

Y más allá de ese origen curioso, corto y desprejuiciado, ¿Existe un ADN compartido entre cine y GIF? En su carácter de popular, así como en su capacidad de ser masivo, pueden sentirse al menos primos. Y, mientras no todas las películas ni todos los gif saltan a la fama o rompen la taquilla o la cantidad de favs, los más vistos se expanden de boca en boca o de chat en chat hasta volverse virales o destrozar las predicciones de boletería. Se ve, se comparte, se potencia. Hay en el frenesí de los gif, un deseo juguetón por intervenir el segundo, por arrancarle una máxima al gesto más pequeño. 



Es cierto que hoy poco tienen que ver esos destellos de movimiento con el cine de las grandes salas. Sin embargo, su capacidad de escapar a cualquier estándar o ideal clásico, consigue que todo sentimiento (aún los más inexplicables) pueda traducirse con un gif. A pesar de sus más de 30 años, puede sonar atrevido hablar de una “cultura del gif” e incluso tal vez lo mejor que pueda pasarle a este lenguaje sea que no se lo encasille ni se le exija de esa forma. Permitirle que se repita en loop hasta que el propio movimiento ininterrumpido provoque esa música visual hipnótica. 

Sin embargo, si en pocos años los gatos youtubers llegaron a conformar una muestra, ocupando enormes paredes y pantallas en el Museo del Arte en Movimiento de Nueva York (MOMI), ¿cuán lejos está la posibilidad de rendirle homenaje a las ya clásicas imágenes en movimiento? Para quienes hicieron artgifexhibit.com, efectivamente, hay un valor específico en el formato. Uno por el que vale la pena hacer una selección y una exhibición, por supuesto digital. Es cierto que esta galería virtual registra poco de la vertiente más desprejuiciada y descontrolada de los GIF, pero no deja de ser un ejercicio interesante para pensar los espacios que puede ocupar el formato.



Mientras los cines siguen multiplicando recursos tecnológicos de parque de diversiones para llevarnos a la sala, entre butacas que vibran y lanzan chorros de agua, y las pantallas buscan expandirse y rodear nuestros cuerpos, la explosión del arte del GIF, que como el séptimo arte no distingue culturas ni edades, revive la esencia de las películas de aquella dupla de hermanos franceses que hicieron que el galope de un tren nunca deje de ser épico, y que descubramos cómo se iluminan los rostros cuando se fusionan las bocas. El GIF lo invade todo para confirmar una y cien veces que una imagen (en movimiento) vale más que mil palabras, y que hay escenas que merecen ser vistas una y otra vez hasta el fin de los tiempos.


Sobre las autorasEl Club de las Cinco nació en julio de 2017 como un proyecto de cinco periodistas, entre críticas de cine y editoras, que buscaban una excusa para hablar de lo que más les gusta. Una vez por semana, entre picadas y vino, Luciana Calcagno, Micaela Berguer, Sol Santoro D'Stefano, Maia Debowicz y Griselda Soriano se reúnen alrededor de una mesa a discutir sobre películas y series con una mirada analítica pero desprejuiciada, seria pero entretenida, informada pero no aburrida.

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